CAOS Y COSMOS II


Terminadas ya las disquisiciones teóricas sobre el orden y el desorden, era el momento de pasar a la acción de poblar de libros las estanterías. Estaba ya decidido, comenzaría por el módulo más cercano a la puerta y de arriba hacia abajo; esta verticalidad no implicaba una jerarquía, sino algo más cotidiano como la frecuencia de su uso, la comodidad.

En la cima de los estantes acomodé los libros de filosofía y todo aquello que se le parezca, algunos fueron allí por inclasificables. Preside el sector el clásico diccionario de filosofía de Ferrater Mora—regalo de un amigo que desguazó su biblioteca— es una especie de anfitrión, convive con todos, desde Aristóteles hasta Barylko.

Quien seguramente debe estar que se rebela en “La rebelión de las masas” es Ortega y Gasset, tan occidental y tan cristiano él, tener que convivir tapa a contratapa con el “Tao te king” de Lao Tsé debe ser un verdadero suplicio; además los dos integran una colección que, como siempre, no completé y tienen un aspecto de verdaderos mellizos.

Fernando Savater se codea con ellos, haciendo gala de su eclecticismo y cobija al irascible y gran provocador Ciorán, a quien seguramente no le hubiese disgustado la cercanía de su traductor y amigo.

Con quien sí he tenido problemas es con “Del sentimiento trágico de la vida” del impredecible Miguel de Unamuno. Lo he rodeado en estos días de diferentes pensadores; pero extrañamente se caen una y otra vez. Llegué a la conclusión que los empuja, que no quiere a nadie a su lado, hace unos días desbarrancó a “El mundo de Sofía” de J. Gaardner en medio de la noche, el tomo en cuestión no es de los más livianos y provocó un verdadero estrépito con el lógico sobresalto de familiares y vecinos. Ahora lo he rodeado con Kierkegaard y Platón y hasta el momento en ese sector hay paz.

Otro que prefiere la soledad a las malas compañías es el iconoclasta Nietszche, lo ubiqué junto a su compatriota Hegel, pero al parecer no resistió su cercanía y se tiró de allá arriba; resultado: “Así habló Zaratustra” es ahora un verdadero naipe. Ahora está con Foucault, veremos qué pasa; éste seguramente más que complacido por tan admirado compañero.

Junto a Foucault están Bourdieu, Derrida y Barthes, son los cuatro mosqueteros franceses que se toleran pero también se recelan. Desde otros estantes de la biblioteca algunos libros de Beatriz Sarlo, Jorge Monteleone, Jorge Panesi, Tomás Abraham los miran como si fueran el Olimpo.

Víctor Frankl y Eric Fromm comparten el lugar, los une el dolor y el horror del holocausto, por las dudas, el complaciente Heidegger está en un lugar alejado y cercano a sus queridos Aristóteles y Platón.

La “Filosofía para personas inteligentes” de Roger Scruton ha quedado en el lugar menos visible, su título de por sí mete miedo; qué decir después de recorrer sus páginas y no estar para nada de acuerdo con algunos de sus planteos.

Poblar los estantes de una biblioteca se parece mucho a la creación de una verdadera teogonía autoral y libresca.

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