CAOS Y COSMOS

Pocas cosas causan tanto trabajo, placer y desasosiego al mismo tiempo que ordenar una biblioteca. Debo confesar que mi tarea no fue voluntaria, sino impuesta por dos pintores que pasaron y arrasaron con mi cuarto destinado entre otras cosas a los libros. En poco más de cuatro horas, como un verdadero tsunami seco dejaron solo desorden, látex, polvillo, aroma a solvente y la promesa de que todo volvería a la normalidad en dos días.

¿Qué es la normalidad? Me lo pregunté varias veces, y para el caso, mediante una contestación modesta me lo respondí: volver al orden anterior. Evidentemente ese concepto para los muchachos de la brocha y el rodillo distaba mucho de ser comprendido. Varios días después pude ingresar al sector vacío con las paredes impolutas ahora de un color crema. Me figuré que así los dioses se habían encontrado con el mundo, un vasto sitio al que había que poblar, y los elementos estaban dispersos en otro orbe paralelo, caótico que había que eliminar.

El garaje era el caos; libros y papeles por donde se lo mirara. Estos dos mundos contiguos permanecían separados e incomunicados. Por qué no dejarlos así, me dije en un vano intento de conformarme y aperezarme. Permanecí varias horas en repachingada meditación entre los papeles y los volúmenes, muchos de éstos dejaban ver sus tapas ya olvidadas con el aluvión de los años.

¿Qué es el caos? ¿qué el cosmos?, me pregunté en ese momento cual si fuera un griego del siglo IV. ¿No será que el desorden es el orden natural de las cosas y el orden un mero accidente casualístico o causalístico? En el mito griego de la creación la Madre Tierra surge del Caos (lo no ordenado) y todos los dioses venideros y las generaciones humanas intentan domesticar al Caos que reina en el mundo para que devenga en el Cosmos (lo ordenado). Los griegos se dieron cuenta que el orden el mundo era muy particular y resolvieron que el intento estaba bien y que el verdadero Cosmos estaba en los cielos. Dicho en buen criollo: se sacaron la pelota de encima.

Iluminado por la salida tangencial de los helenos, me dije que iba a ordenar libros y papeles según mi propio y desordenado criterio. Del enunciado a la práctica hay tanta distancia como de Bush al Nobel de la Paz. Y nuevamente las dudas me acometieron como las Erinias mitológicas: ¿cómo ordenar una biblioteca? ¿qué criterio usar? ¿ordeno los libros por materias, por título, por temas, por encuadernación, por autores?

¿Qué hago con determinados ejemplares de cuya existencia apenas recordaba y que son un verdadero estigma a mis pretensiones de lector “ilustrado”? ¿Debo incluir en mis anaqueles los “Aforismos” del interminable don José; el delirante “Yo visité Ganímedes” del peruano Ibrahim; “El sexo tántrico”, regalo de una amiga vaya a saber con qué intenciones; o la antología “Florilegios poéticos” publicada por la asociación de criadores de caballos percherones (sic)?

Desechados estos ejemplares, con todos los demás intenté--en una tarea ciclópea—y hasta donde pude, sacarles el polvo y trasladarlos a la biblioteca. Me esperaban varias sorpresas.

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