ALEJANDRO SAWA



En Madrid, en el inicio de la calle Conde Duque, en la casa siete hay una placa que dice: “Al rey de los bohemios, el escritor Alejandro Sawa. A quien Valle-Inclán retrató en los espejos cóncavos de Luces de Bohemia como Max Estrella, que murió, el 3 de marzo de 1909, en el ‘guardillón con ventano angosto’ de este caserío del ‘Madrid absurdo, brillante y hambriento’. En la noche de Max Estrella de 2003. El Círculo de Bellas Artes”.

Una placa a casi cien años de la muerte de un hombre que no ha pasado a la historia de la literatura por la calidad de sus obras, sino porque consciente o no hizo de su vida una leyenda y la posteridad lo recuerda como un personaje de la obra más perdurable de la bohemia madrileña: “Luces de bohemia”, escrita en la década del veinte, cuando la bohemia nacida en el Barrio Latino y que aspiraba a vivir artísticamente (ya lo hemos dicho en otras columnas) era un recuerdo.

La placa con justicia lo proclama rey, el último de los bohemios auténticos en una época cada vez más contaminada por el mercado y los valores del mundo burgués. Ese anacronismo propiciado por Sawa contribuye a su leyenda y a su propia destrucción.

Alejandro Sawa nace en Sevilla en marzo de 1862. Abogado de profesión, llega a Madrid en 1885 y en sólo tres años se da a conocer en el mundo literario español con cuatro novelas: “La mujer de todo el mundo”, “Crimen legal”, “Declaración de un vencido” y “Noche”. Famoso ya por su forma de vestir, por su vida errante y noctámbula y su rechazo a las formas de vivir burguesas. Siente que Madrid lo asfixia, que es un territorio mezquino y decide en la última década del siglo ir a París.

Allí, en el Barrio Latino y rodeado de literatos vive intensamente la vida artística bohemia y se manifiesta incorruptible frente a las tentaciones monetarias o las propuestas que lo lleven a transigir con sus principios. Darío verá esto con admiración: “Allá en París hacía Sawa esa vida, hoy ya imposible que se disfrazó en un tiempo con el bonito nombre de bohemia".

Amigo de los grandes nombres de la bohemia parisina, entre ellos Verlaine, a quien le regaló un sobretodo que había sido de Darío, quien al ver la estrechez en que vivía se lo regaló Gómez Carrillo y éste se lo regaló a Sawa.

De regreso a Madrid, en los primeros años del siglo se gana la vida con colaboraciones para los periódicos que apenas dan para subsistir. Se deteriora su estado físico y mental. Rodará durante años de taberna en taberna, aún después que la ceguera le dé un golpe casi definitivo. Rebelde hasta el fin, escritor hasta el fin, ya que para él la creación era rebeldía contra una sociedad injusta y opresora del hombre. Deseaba irse “¡... huir de aquí, por dignidad, por estética, por instinto de conservación. Es que yo me noto aún sano en esta sociedad de leprosos!”

Ciego, loco y furioso, así murió el último bohemio heroico.

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