SABORES GRIEGOS


Hablábamos días atrás de los sabores, de los gustos y la capacidad que tienen para adentrarse y condicionar nuestras elecciones gastronómicas cuando esos sabores están asociados a determinados vericuetos del pasado. Ahora es tiempo de sentarnos a la mesa de la literatura.

Si hacemos un recorrido histórico, en el comienzo está el mito y ya sabemos que en los mitos la delicadeza no es lo que más abunda entre héroes, dioses y personajes fantásticos. La teogonía griega tiene un comienzo brutal; Cronos, el dios del tiempo reinaba en el Olimpo y para evitar perder su reinado devoraba a sus hijos. Sé que este inventario culinario no empieza de la mejor manera, pero qué quiere...

Como consuelo, es sabido que hay diversas lecturas de los mitos, una de ellas sugiere leerlos en un sentido figurado y así uno puede identificarse con Cronos cuando nuestros hijos o hijas llegan con un papel del colegio y uno lo mira y dice “qué bueno, estás aprendiendo números binarios (01010101)”. Y el o la adolescente contesta: “no, papá, esas son las notas del primer trimestre”. Es en ese momento cuando uno se siente Cronos y en sentido metafórico se “comería” al hijo o hija en cuestión.

Dejemos estos devaneos y sigamos avanzando, como es de esperar los sabores griegos aparecen en sus dos grandes monumentos épicos: la “Ilíada” y la “Odisea”. Los ejemplos son innumerables, rescato uno de la “Ilíada” relacionado con los sacrificios de animales como ofrendas para los dioses. “A las víctimas degollaron y descuartizaron; y cortaron los muslos que cubrieron con grasa y otros pedazos de carne que el anciano puso en el fuego rociados con vino muy negro; los jóvenes pusieron muchos asadores y después de quemados los muslos comieron las entrañas y cortaron el resto en pedazos y los espetaron hasta quedar asados”(canto I).

Generalmente los animales destinados para el sacrificio eran vacunos, estos no formaban parte de la comida cotidiana de los griegos; sí, ovejas y cabras. Al final en el mismo poema, Aquiles agasaja a su enemigo troyano Príamo con “una oveja muy blanca degolló y una vez desollada por sus compañeros, la partieron en trozos que fueron clavando en espiches, los asaron y Automedonte repartió en cestas el pan y el héroe Aquiles los trozos de carne”(canto XXIV).

En la “Odisea” los feacios festejan a Odiseo y su grupo con “doce ovejas, ocho cerdos blancos y dos bueyes” que son asados y regados con abundante vino. Recordemos que en la antigua Grecia el vino siempre se tomaba con agua, nunca puro.

Los griegos al igual que los romanos eran muy devotos de los banquetes, de reunirse en torno a una buena mesa. Cuenta Aristóteles que las comidas en común tuvieron su origen en Italia y desde allí la costumbre se expandió. Eran tan apreciados los convites entre los helenos que no tuvieron mejor idea que erigir en la Acrópolis de Atenas un templo a Eructeón, que honraba los eructos con que se finalizaba una buena comilona.

Y hablando de comilona, termino aquí, ante el irresistible aroma de las empanadas salteñas, esta columna.

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