DEL PAPIRO AL LIBRO ELECTRÓNICO


Tengo ante mí la imagen de dos pequeñas tablillas casi blancas halladas en Tell Brak, en Siria, tienen más de 6000 años; es posible que las tablillas ya no existan y sólo pervivan sus imágenes después de los bombardeos sobre Irak, en una muestra más de que las guerras y los libros nunca se han acompañado en el largo camino de la historia. Cada libro es un bloque que sumados forman una verdadera catedral del conocimiento humano, una verdadera radiografía de la humanidad.

Tan útiles han sido que no podríamos imaginarnos los hombres sin ellos, ni tampoco qué hubiese sido de nuestra civilización sin la presencia de los libros. Pero como especie nos caracteriza la contradicción. El mismo empeño que hemos puesto en construirlos también lo hemos puesto en destruirlos, muchas veces con armas engendradas desde la sabiduría de los libros. La biblioteca de Alejandría en el mundo antiguo, la de Bagdad en la contemporaneidad dan prueba de ello.

Vuelvo a la imagen, esas humildes tablillas de arcilla son un libro en el que están esculpidas dos figuras de animales y una muesca, un pedazo de memoria que quizás un comerciante, un pastor, ¿una mujer haciendo un pequeño inventario del ganado familiar? tallaron en la infancia del hombre. Los arqueólogos dicen que cada muesca representa el número diez y las figuras parecen ser las de una cabra y una oveja.

Parece raro considerarlo libro, digo por el soporte de apenas dos tablillas pequeñas, por su escritura tan elemental; sin embargo hay algo de familiar en ese texto escrito por alguien que es ya más polvo que el polvo del desierto, esos caracteres recrean el temblor de la mano que los talló, remiten a un autor innominado pero igualmente perenne por obra y gracia de la escritura y su soporte.

Esa familiaridad está dada por la mágica trilogía presente en las tablillas: autor-escritura-lector. Un ovillo mágico nace de allí y se despliega hasta hoy, pasa de las tablillas al papiro, del papiro al pergamino, del pergamino al papel y del papel a la pantalla. Por ese ovillo pasan los profetas de la Biblia, Hammurabi y su código, Platón empeñado en que Sócrates viva, Herodoto que entiende que el hacer de los hombres es finito y decide hacerlos perdurar, Homero y los héroes, Horacio que no duda en afirmar que sus libros son más duraderos que el bronce y las pirámides de Egipto, Agustín y sus dos ciudades, Tomás de Aquino y su edifico escolástico, los monjes repitiendo en los pergaminos el saber de los antiguos, los códices enormes, el papel en el que Alfonso X escribe su Crónica General, Dante y su visita al infierno, Erasmo y su Dios sencillo, Nebrija y su gramática, Kepler y su movimiento planetario, Colón y su diario insuficiente para desentrañar un nuevo mundo.

Después el objeto libro adquiere la fisonomía actual y se multiplica, se hace cada vez más mercancía. Pero durante siglos siguió siendo un objeto precioso reservado para aquellos que los podían adquirir y leer, y la lectura era casi siempre en voz alta para compartirla con sus pares o bien con aquellos que no entendían esos signos dispuestos sobre las páginas. El hábito de la lectura silenciosa, individual, es propia de la modernidad.

Claro, si abrir un libro es siempre abrir un mundo, eso se lo debemos al lector o la lectora, de lo contrario el libro es un objeto más perdido en una serie infinita de objetos; lo que construye eso que podemos denominar el “efecto libro” es la lectura; somos nosotros en tanto lectores o lectoras los que tendemos un puente y nos apropiamos de esa materia inasible proporcionada por el formato, la escritura y el autor.

Al igual que aquellos monjes que vacilaban entre el pergamino o el papel, hoy estamos en las puertas de un nuevo escalón en la historia del libro, el inevitable cambio de soporte del papel al libro electrónico. Aunque nos cueste aceptarlo, estamos siendo testigos de esa transición; quizás ya nuestros nietos vean con curiosidad nuestras bibliotecas.

Mientras exista la trilogía autor-escritura-lectura seguiremos convocando, cualquiera sea el soporte, la vieja ceremonia en que los hombres y mujeres se hicieron semejantes a los dioses.

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