ESCRITURA=ESPERMATOZOIDES II

(Si un blog sirve para tender un puente en la distancia y conocernos sin que nos hayamos visto nunca, ni nos vayamos a ver, si un blog sirve para hacer miles de kilómetros y poder tomar un cerveza, un café y hablar de libros hasta que la tarde se doble, entonces vale la pena). Para Jorge reedito esta columna.


Escribir es una situación espermatozódica, en ella se abortan las posibilidades que algunas palabras vean la luz, en detrimento de otras.

El primer paso de quien frecuenta la escritura con tentación literaria, es tomar conciencia de esa situación.

Esto es algo que no sucede en la adolescencia. No hay sensación más plena de sentirse escritor que allá por los 15 o 16 años. En esa edad decirle a un chico o una chica que su escrito está bien pero que hay que corregirlo; supone generalmente una mirada de estupor, seguida de decepción ya que uno le encuentra fallas a algo que está perfecto.

Una anécdota sobre esta "inconciencia lingüística" la cuenta Abelardo Castillo, autor de "Las otras puertas", y quizás uno de nuestros mayores escritores. Relata Castillo que a los diecisiete años había escrito un cuento que él suponía perfecto y fue a leérselo a un intelectual un tanto excéntrico. El cuento comenzaba "Por el sendero venía avanzando el viejecillo". Bosio Arnaes, que así se llamaba este intelectual pueblerino, lo interrumpió y le preguntó: ¿ por qué ' sendero' y no 'camino'? ¿por qué 'avanzando' y no 'caminando'? ¿por qué 'el' viejecillo y no 'un' viejecillo? ¿y por qué en vez de 'viejecillo', no puso 'viejito', 'viejo' o 'anciano'? ¿Por qué no había escrito "El viejecillo venía avanzando por el sendero" que es el orden lógico de la frase? Todas estas preguntas cayeron como verdaderas cataratas de rocas sobre el joven Castillo, que sólo atinó a responder: "ese es mi estilo, señor". Y Bosio Arnaes terminó su paliza diciéndole: "antes de tener estilo, hay que saber escribir".

Tarea por demás ardua la de saber escribir, que no es otra cosa que cierta clara conciencia de usar la palabra justa en la situación justa. Por eso, en el fondo todo escritor tiene algo de cabalista; se ejercita en sus obras para encontrar en algún momento, las palabras que revelarán el misterio de una frase, de un verso perdurable.

Hoy causa gracia saber que a veces cierta crítica miope, en nombre del "escribir bien" institucionalizaba a algunos escritores y descalificaba a otros. En las primeras décadas del siglo XX, Manuel Gálvez era el novelista aclamado por los círculos literarios; hoy nadie lo lee, salvo algún profesor de literatura encarcelado que haya optado por leer "La maestra normal" en vez de purgar sus diez años de trabajos forzados en Alcatraz.

Por la misma época que Gálvez, Roberto Arlt era considerado un escritor que "escribía mal"; sin darse cuenta que aquello que Arlt quería decir, sólo era posible mediante esa escritura vertiginosa, cuya influencia llega hasta los narradores actuales.

A veces se me figura que los escritores son como los encantadores de serpientes; saben que las palabras dormidas, sibilantes y peligrosas pueden no moverse o bien picarlos e inmovilizarlos para siempre. Pero también saben que si logran arrancar los sonidos mágicos de esa flauta, las palabras despertarán, se contornearán, bailarán al son de su música y seguirán bailando cada vez que el encantador de serpientes-escritor decida convocarlas, para disfrute de todos los que abrimos un libro.

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