Creer o no creer

El lenguaje está plagado de absurdos lógicos, es decir que abunda en frases que las leyes de la razón dan como imposibles de cumplir. Uno de los antecedentes más ilustres dentro del campo de la filosofía es la famosa aseveración socrática sólo sé que no sé nada. Comprobamos que es absurda porque todos sabemos algo, es imposible no saber nada y si esto fuese así, tanto saber como nada implican determinados conceptos que uno debe comprender.

Vayamos ahora a ejemplos más cotidianos; hoy escuché a una mujer decirle a su amiga no me pongo una bikini porque siento que todo el mundo me mira; es evidente que esto es una exageración o que la muchacha tiene un ego desmesurado, o bien su concepción del mundo es un tanto minúscula. ¿A qué nos referimos cuando decimos todo el mundo?

Otro de los absurdos lógicos es la frase no creo en nada, además es una frase vitalmente imposible porque los humanos inevitablemente creemos en algo, tenemos una necesidad ínsita de creer, las cuestiones de fe religiosa son una prueba de ello.

La diferencia entre la infancia y la adultez no sé si tiene que ver con la inocencia, tiene que ver, me parece, con las diferencias en las cosas que creemos. Cuando somos chicos creemos en las Reyes Magos, en Papá Noel, en los héroes del cine o la literatura. Cuando somos adultos creemos en otras cosas, a veces bastante abstractas que cada uno llena de significados, qué otra cosa es el concepto de Patria por ejemplo.

Nuestro derrotero vital está plagado de creencias y deseos, sin ellos la vida sería imposible. El capitalismo es el sistema en que estamos inmersos; como todo sistema tiene su cara y ceca. Desigual, egoísta, inhumano, pragmático son algunos de los adjetivos que se utilizan para calificarlo en su vertiente negativa. Sin embargo, este sistema basado en la hegemonía del dinero se asienta en la creencia y no en otra cosa. Creemos que esos billetes valen porque supuestamente tienen un respaldo en oro o en reservas, etc. Sucede lo mismo con las acciones bursátiles. Cuando los ciudadanos dejamos de creer, esos papeles, tan valiosos por lo que representan, se convierten en simples papeles, en meros objetos y nada más.

Es tan natural la necesidad de creer que a lo largo del tiempo hemos inventado y consumido historias sabiendo que no son verdaderas. Hemos creado la ficción. Así una novela, un cuento, una película, una pieza teatral nos sumergen en un mundo paralelo al mundo real, pero esa inmersión debe contar con nuestra complicidad. Es un juego, jugamos a creer que esas historias suceden en la realidad, por eso nos emocionamos, reímos, lloramos, nos sobresaltamos.

Los teóricos actuales llaman a esto (enunciándolo en forma muy complicada, claro está) pacto de verosimilitud. Es decir, hasta qué límite y hasta qué punto de la historia creeremos. No son las mismas expectativas de creencia en aquella persona que lee o ve una película de ciencia ficción que aquella otra que se inclina por las historias cotidianas contemporáneas.

Creer o creer, esa es la cuestión.

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