MONEDITAS


Amo el cine italiano. Especialmente el de sesenta y setenta. Confieso que un gesto de Mastroianni, de Gassman, de Sordi me resultan mucho más convincentes que alguna mueca de De Niro, algún disfraz de D. Hoffman, por ejemplo. Y mientras pensaba en esto me preguntaba qué conozco del cine italiano actual, de sus actores, actrices. La respuesta es nada o muy poco. Puedo alegar que aquella "edad dorada" ya pasó y que hoy hay cierta decadencia, que las distribuidoras apenas nos dejan ver cine europeo, etc.; pero todo esto son excusas.


En el fondo no conozco nada del panorama cinematográfico italiano porque no me interesa, porque prefiero seguir aferrado a aquellas viejas y brillantes películas, a aquellos directores y actores de leyenda, a aquellas escenas inolvidables. No quiero cambiar.


Te preguntarás si esta será una columna de crítica de cine, desde ya te digo que no. Esta actitud ante el cine italiano de ayer y hoy es una muestra patente de cómo a cierta edad algunos comenzamos a ofrecer una resistencia a los cambios.


Si la vida es cambio, como decía Ortega y Gasset, no es menos cierto que a medida que el tiempo pasa se nos hace cada vez más difícil cambiar. A la manera de los niños vamos depositando experiencias, gustos, manías, taras y un sin fin de monedas más en la alcancía de nuestra vida. En esa alcancía está nuestro tesoro, malo o bueno, pero nuestro y él es el garante que le da fisonomía y sentido al propio vivir.


En realidad todo cambio, en general, implica una pérdida, un entregar algo en favor de... Me resisto a entregar algunas de mis valiosas moneditas en pos de una incertidumbre. A muchos/as les pasa igual. No es extraño que grandes escritores y escritoras, llegados a cierta edad, se declaren ciegos ante el presente literario y manifiesten que sólo se dedican a releer aquellos autores cuyo placer está garantizado en un volver a experimentar el recuerdo de aquel placer primigenio cuando se toparon por primera vez con ese libro.


También hay otros/as que por miedo a mancillar aquel placer inigualable ante un libro o autor deslumbrante, deciden no releerlo. Tememos que si por examinar de nuevo una de nuestras moneditas, descubrimos que es falsa. Eso me pasa con Sábato, al que no releeré.


Esto que sucede con la literatura nos sucede en la música (ahora venimos a entender a nuestros padres cuando escuchaban aquella música "vieja"), en el arte, en las costumbres e incluso en las cuestiones materiales. La era de la electrónica asienta uno de sus pilares en el constante cambio; sin embargo a mí me cuesta tirar esa impresora, ese monitor que son bastante nuevos pero cuyo arreglo ya no se justifica. Más aún, me cuesta tirar los platos descartables.


Mi actitud ante el presente del cine italiano me llevó a entender que como el avaro Grandet, cada vez cuento con regocijo las mismas moneditas.


"Un hombre comienza a hacerse viejo cuando descubre en el espejo el rostro de su padre", dijo en una de sus novelas el colombiano más famoso. Qué lo parió.

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