EL ÚLTIMO EXILIO


La serie del exilio desarrollada en esta columna llega a su fin. Habrás notado, lector, lectora, que hemos visitado algunos personajes de narraciones que padecían el exilio, también voces poéticas que en versos tan disímiles y en estéticas tan variadas coincidían en el desgarramiento de la lejanía del solar querido. Este muestrario netamente expositivo de estas columnas tenía la intención de generar en quien lee la curiosidad de ir hacia esas obras y autores. Si Ovidio en su destierro inició esta serie, Andrei Sorov la terminará. Si de uno me separan siglos, del otro miles de kilómetros; si de uno me quedan sus obras conocidas en todo el orbe, del otro sólo espaciados correos electrónicos, algunos textos fragmentarios y noticias sobre sus obras.

Andrei Sorov o Sorok—hay oscilaciones sobre la consonante final--, vive en un pequeño pueblo en las afueras de Kiev, la capital de Ucrania. Es considerado en ese país un escritor “de culto”, famoso por sus excentricidades, entre ellas las de no dar entrevistas ni aparecer en público, una especie de Salinger eslavo, y de darse el lujo de no publicar nada desde hace más de veinte años.

Todo esto no tendría demasiada trascendencia y no se justificaría hablar de él en esta columna. Pero sucede que Andrei Sorov es argentino, nacido a fines del veinte o comienzos del treinta en una colonia ucraniana en la provincia de Mendoza. La manera en que di con él es obra de la casualidad y del contacto con familiares de Andrés Sorok, (como aparece asentado en el registro); uno de sus sobrinos me habló de un tío al que literalmente “se lo tragó la tierra” a fines del 55. Por curiosidad me propuse buscarlo con algunos datos aportados por sus parientes; internet ayudó muchísimo y luego de algunos años creí dar con él.

Le envié cinco cartas con diverso contenido, en todas ellas le decía de mi sorpresa por haber descubierto que era un poeta y narrador famoso, pero no respondió; finalmente este verano llegó un sobre blanco con un papel que decía en ucraniano “¿qué quiere? Escríbame” y luego una dirección de correo electrónico.

De su obra poética pude acceder a algunos fragmentos transcriptos en blogs, cuatro pequeños relatos aparecen en dos revistas electrónicas de Kiev, nada más; el resto son comentarios esparcidos en diferentes sitios sobre su obra, al parecer no muy abundante.

Debo haberle escrito más de una docena de correos electrónicos, me ha contestado pocos, siempre en ucraniano. Me dice que ha olvidado el español y que de Argentina y de su vida recuerda muy pocas cosas y que no vale la pena que yo las conozca. Nunca me contestó sobre las razones de su partida. Pese a mi insistencia sólo pude conseguir que me enviara unos pocos poemas y diez relatos cortos que intento traducir.

Cuando le hablé de su exilio, me obsequió un largo catálogo de improperios en ucraniano. De mi catarata de preguntas sólo contesta una o dos, se irrita con facilidad y siempre creo que ya no me escribirá más; sin embargo, espaciados, sus correos siguen llegando.

Te debo para otra oportunidad alguno de sus textos.

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