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A veces uno se pregunta si tienen razón de ser los aniversarios de natalicios, muertes, publicaciones exitosas, etc., con la literatura misma. La respuesta es no, en ese encuentro único e irreemplazable del lector con el texto poco importan las efemérides; pero—siempre hay un pero—en el mundo literario, mundo que tiene diversas caras y cada una con sonados intereses, estas recordaciones ponen nuevamente sobre el tapete una obra, un autor. Y este afán interesado redunda a veces en beneficio de los lectores.

Hace unos días se cumplieron cincuenta años de la muerte de Juan Ramón Jiménez en San Juan de Puerto Rico. Lo curioso es que apenas hubo recordaciones ante la queja de sus herederos que ven esto como una injusticia. Y en parte tienen razón, el campo literario no ha sido muy generoso con Juan Ramón en la posteridad.

Soy un conocedor bastante superficial de su poesía, puedo mencionar que su obra poética tiene etapas bastante diferenciadas; pero hay constantes que la recorren de una punta a la otra, entre ellas la soledad, la perfección estética, la belleza como ideal a construir en el poema y el incesante laboreo sobre la palabra. Un poema que me gusta y mucho, porque resume en cierta medida lo que todo escritor se propone con su obra: ¡Inteligencia, dame / el nombre exacto de las cosas! /… Que mi palabra sea / la cosa misma, / creada por mi alma nuevamente. / Que por mí vayan todos los que no las conocen, a las cosas…”

Me pregunto cuál es el motivo de esta reticencia, por la que se quejan sus familiares, para con el autor de “Platero y yo”; porque nos guste o no, Juan Ramón está en todas las avenidas que conducen a la poesía contemporánea española, por asimilación o por rechazo, es un autor insoslayable.

Hasta el estallido de la Guerra Civil fue un referente para toda la intelectualidad y los poetas jóvenes que esperaban siempre la venia poética del poeta de Moguer. Y es aquí donde podemos encontrar algunas de las claves de este desencuentro a medias entre JR y la posteridad.

Juan Ramón nunca fue un poeta muy amigo de las reuniones y multitudes, arrastró una neurosis depresiva durante toda su vida y tuvo un carácter cambiante y muy susceptible. Rara vez le duraban sus amigos, no era de elogio fácil y era temible cuando atacaba a alguien. Del filósofo catalán Eugenio d’Ors dijo “Para mí cursi significa afectado, redicho, falso, por ejemplo. Todo esto que Eugenio d’Ors es desde que nació.” Estimó mucho a Antonio Machado, pero hablo muy mal de su libro más famoso: “Campos de Castilla”. Nunca valoró ni la persona ni la poesía de Neruda, se disgustó con Miguel Hernández cuando varió su estética, no apreció la obra de Lorca ni de Cernuda. Cuando León Felipe le envió su poesía, directamente lo ignoró.

Pocos hablan de su generosidad; sin embargo, cuando recibió el premio Nóbel donó la mitad del dinero a la Universidad de Puerto Rico y la otra mitad a Moguer, el pueblo donde nació y en el que descansan sus restos.

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