PAZ


Lo de siempre, viste; digo, los centenarios suelen traer un diluvio de reuniones, artículos, opiniones que forman un verdadero lodazal de lo más variado, con suerte a veces se parece al barro termal que nos reconforta, aunque la mayoría suele ser simple y pegajoso lodo. Octavio Paz hubiese cumplido cien años y en México y en el resto de Latinoamérica, también en España, su figura ha vuelto a ocupar las primeras planas, reedición de sus libros, trabajos críticos sobre su obra y su vida, jornadas, simposios, películas…


Pero más allá de la hojarasca que este vendaval trae, también paradójicamente nos devuelve prístina su figura siempre presente a pesar de los años de ausencia. Figura enorme, poliédrica, omnívora. A veces he pensado que Paz, de haber nacido en el siglo XIX, hubiese llegado a ser presidente de su país, una especie de Sarmiento mexicano. Pero nació mucho después, cuando los pensadores ya tenían vedado (por voluntad propia o de otros) el correoso campo de la política que reparte cargos. Sí, a Paz le tocó presenciar el tiempo en que el perfil y el peso del intelectual se fue disipando como una niebla arrastrada por los vientos de cambio. El intelectual faro hoy ya no existe, y la entidad misma del intelectual es hoy harto discutida en las sociedades posmodernas. Paz fue el último de ese tipo de pensadores ya extinguidos cuya estatura opacaba a cualquier personaje o corriente de opinión.


Genial, enciclopédico, polémico, dejó huellas por cuanto género literario adoptó y conquistó. Su obra, “El laberinto de la soledad”, es un esfuerzo titánico por comprender ese territorio símbolo del mestizaje (Me viene a la mente Martínez Estrada que realiza un gesto similar por estas pampas) . Como dice Enrique Krauze, ese libro ya no define a los mejicanos “pero ilustra muchas de las pasiones que nos caracterizan”. Si su obra hubiese sido solamente la vertiente de ensayista socio-político-antropológico ya tendría un lugar destacadísimo en el pensamiento americano. Pero fue eso y mucho más.


Una inteligencia crítica prodigiosa que a la manera de una serpiente  no dudaba en morderse la cola. De allí su relación siempre tensa con la izquierda, de la que fue un disidente que pasado el tiempo adoptó posiciones más moderadas y creyó siempre que la libertad del individuo era el punto fundante. Abordó todos los temas y problemas, desde los más simples a los más abstractos y complejos y su paso por ellos abrió caminos por los que transitan hoy pensadores y artistas. Además, tratados por Paz, muchos de esos temas se volvían nuevos, y marcaban un hito que después era muy difícil de superar. Muchos libros hubo y actualmente hay sobre Sor Juana Inés de la Cruz, pero la mayoría recuerda el libro de Paz “Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe”, ya convertido en un verdadero clásico. Cuando uno lo lee parece que ya lo ha dicho todo sobre la poeta. Uno de los análisis más esclarecedores sobre el Virreinato de Nueva España están en ese libro.


“El arco y la lira” es un referente cuando se trata de acudir a obras que teoricen sobre el mundo siempre lábil de la poesía. “El poema no es una forma literaria sino el lugar del encuentro entre la poesía y el hombre”, sostiene Paz en su estilo siempre claro, siempre poético.


Es evidente que no te oculto mi gran admiración por Octavio Paz que viene desde los lejanos días de estudiante, cuando con algunos amigos comprábamos sus libros de poemas y discutíamos y celebrábamos sus versos. Te dejo algunos para el final: “Tal vez amar es aprender/ a caminar por este mundo./ Aprender a quedarnos quietos/ como el tilo y la encina de la fábula./ Aprender a mirar./ Tu mirada es sembradora./ Plantó un árbol./ Yo hablo/ porque tú meces los follajes”.

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