PÍCAROS III



Después de Cervantes y de Quevedo la picaresca comienza un largo declive en suelo español, tendremos que encontrarnos siglos después con reescrituras del género; pero ya sabemos que toda reescritura implica un nuevo estado de cosas. Pero volvamos al mil seiscientos, para rescatar algunos pícaros, aunque ya un tanto disminuidos artísticamente.
Sorpresivo es encontrarse en 1605 con una mujer pícara en un texto denominado “La pícara Justina”, ambientado en Italia, que cuenta las aventuras de una muchacha que se mueve libremente en el  mundo de la delincuencia y de la prostitución. El servicio a los diferentes amos es un servicio debido solamente a su condición sexual. La pícara utiliza la astucia de mujer y su belleza para embaucar a los incautos e inexpertos. La obra no tiene una intención satírica, es lisa y llanamente un retrato descarnado y sarcástico de la vida humana. Su mayor valor literario tiene que ver con el uso de los diferentes registros coloquiales que aparecen en el texto, lo que nos pone en estrecho contacto con la lengua hablada de su tiempo.
Con nombre tan rimbombante, don Cleofás Pérez Zambullo, un estudiante que
encuentra al diablo prisionero de un brujo y lo libera, tenemos un pícaro protagonista de la novela “El diablo cojuelo”; pero en ella asistimos a la desintegración de un género. Estamos lejos ya del realismo revolucionario de “El Lazarillo de Tormes”, ya que es el diablo quien lo guía en su recorrido por el lado oscuro de la vida. Destaca el humor constante al observar el lado ridículo de la gente y de las cosas.
Siempre se especuló qué hubiese pasado si la corona española accedía al pedido de Cervantes para pasar a tierras americanas, quizás no tendríamos a Rinconete y Cortadillo, o quizás sí, recorriendo las calles, empleados de esparteros, de México o de Lima. Hubo algunos de los pícaros que pasaron a las Indias, como lo hizo el Guzmán de Alfarache buscando mejor fortuna; inclusive su autor Mateo Alemán ya viejo, viene a nuestras tierras.
En 1816 se recopila la primera novela latinoamericana que aparecía por entregas. Su protagonista es Pedro Sarniento, un pícaro netamente mestizo nacido de la pluma del mejicano José Joaquín Fernández de Lizardi y cuyo título es “El Periquillo Sarniento”. Ya desde el apodo del protagonista estamos ante una novela picaresca. “Tenía cuando fui a la escuela una chaquetilla verde y pantalón amarillo. Estos colores y el llamarme mi maestro algunas veces por cariño Pedrillo, facilitaron a mis amigos mi mal nombre, que fue Periquillo; pero me faltaba un adjetivo que me distinguiera de otro Perico que había entre nosotros, y este adjetivo o apellido no tardé en lograrlo. Contraje una enfermedad de sarna, y apenas lo advirtieron, cuando acordándose de mi legítimo apellido me encajaron el retumbante título de Sarniento; y heme aquí ya conocido no sólo en la escuela ni de muchacho, sino ya hombre y en todas partes, por Periquillo Sarniento”
Es, como indica la tradición, un relato en primera persona, el Periquillo no es un vividor, es un hombre débil de carácter que se ve arrastrado por las lacras de un sistema social; las desgracias que le ocurren se debe a su falta de raciocinio y virtud. En un juego que aparece el autor como editor, lo que narra la novela son las notas autobiográficas que Sarmiento deja en unos cuadernos para que lo lean sus hijos y quiere prevenirlos de que el vicio y la falta de conocimientos no conducen más que a la desventura.
La conciencia moral, la responsabilidad social, la sátira están presentes en el primer pícaro americano.

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