PÍCAROS IV
Y un día el espíritu del
viejo Lazarillo salmantino y su progenie, después de recorrer siglos y leguas,
se aposentó por nuestras tierras de la mano de uno de los grandes narradores de
fin del siglo XIX y comienzos del XX, Roberto J. Payró. En 1906 publica “El casamiento de Laucha”, una novela
corta que me atrevo a afirmar (vaya osadía) que quizá sea la única novela
picaresca de la literatura argentina; e inmediatamente al escribir esto ya me
pongo reparos porque pienso en “Casi
perro del hambre”, de Graciela Montes, obra injustamente encasillada como
infantil-juvenil.
Pero volvamos a la novelita
de Payró. Es indudable que tiene muchos
puntos de contacto con la picaresca española. Su protagonista es presentado de
esta manera por el narrador: “El nombre
de Laucha---apodo y no apellido---le sentaba a las mil maravillas. Era
pequeñito, delgado, receloso, móvil; la boca parecía un hociquillo orlado de
poco y rígido bigote; los ojos negros, como cuentas de azabache, algo saltones,
sin blanco casi, añadían a la semejanza, completada por la cara angostita, la
frente fugitiva y estrecha, el cabello descolorido, arratonado...”. Después
le cede la voz al personaje quien se encargará de la narración completa de su
historia. A diferencia de otros pícaros, Laucha ya es grande, además no nos
contará su vida hasta el momento, sino un episodio que lo pinta de cuerpo
entero, su casamiento con la viuda dueña de la pulpería. Es un pícaro criollo,
nos adentra en el mundo rural de los pequeños pueblos bonaerenses y se mantiene
alejado de las grandes ciudades. Esto le sirve a Payró para pintar usos y
costumbres de esos lugares y sus personajes. Su autor lo calificó como “un
hombre de presa [que] es nuestro enemigo en todos los campos y en todas las
clases, y hay que combatirlo sin descanso, pintándolo con pelos y señales”.
Este hombre—continúa Payró—“no es necesariamente antipático […] y muchas veces
resulta más atrayente y simpático que los inofensivos y aún que los
benefactores”.
Laucha es un pícaro, un hijo
del desengaño que concibe la vida como una compulsa entre vivos y zonzos, y que
no duda en engañar y despojar de todo a una pobre mujer. Un verdadero canalla
guiado por el egoísmo en busca de satisfacer sus propios deseos y gustos. Por
sus páginas desfila la sociedad argentina de fines del XIX, con sus gringos
emprendedores, sus curas de rapiña, sus comisarios coimeros y el pícaro como
sinónimo de la “viveza criolla”. Toda esa materia artística tamizada por el
humor y la ironía que la vuelve inmensamente atractiva.
Hay otras dos obras de Payró
que contienen elementos de la picaresca, “Pago
Chico”
con su galería de personajes inolvidables, entre los que destacan el
escribano Ferreira, el comisario Barraba del lado de los “vivos”; y del lado de
los “zonzos”, Viera, el periodista, y Silvestre. En “Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira”, el humor da paso a la ironía, y la crítica
llega ahora a los estratos más altos de la sociedad y de la política; ya que
Mauricio Gómez Herrera asciende guido por la ambición a diputado nacional. Sin
embargo, ni este personaje ni el escribano Ferreira de “Pago Chico” pueden
considerarse pícaros, aunque hagan picardías, en el fondo son dos cínicos que
saben moverse en ese mundo de corrupción para su propio beneficio, representan
una clase que abundaba en la sociedad conservadora finisecular.
Noventa y un años después de
“El Casamiento de Laucha” se publica “Aventuras y desventuras de Casiperro del
Hambre”, el gran homenaje que Graciela Montes le brinda a la picaresca, y
especialmente al Lazarillo y a los cervantinos Cipión y Berganza, los
personajes principales de “El coloquio de los perros”. La piedra que arrojó a
las aguas de la literatura hace cuatroscientos sesenta años “El Lazarillo de Tormes” llega con sus
ondas a las costas de nuestra literatura contemporánea.
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