ÉPICA



Hoy te vas a convertir en héroe”; “La batalla final, es ahora o nunca”; “Estamos ante el compromiso más importante de nuestras vidas”. “Orgullosos de estos héroes”. “Son 23 leones que pelearon con dignidad”; “Vivimos una verdadera gesta”. Estos testimonios no pertenecen a cita alguna de Herodoto sobre generales griegos, ni a Leónidas (tan de moda actualmente) y sus trescientos espartanos; ninguna de estas frases fue pronunciada por Julio César antes de cruzar el Rubicón; tampoco las dijeron Rommel en la batalla de El Alamein o MacArthur al recuperar Filipinas. Son palabras dichas por futbolistas, por medios periodísticos o mensajes de la gente en las redes sociales a propósito del último mundial de fútbol.
Sí, todas pertenecen al lenguaje de la guerra y no al lenguaje del deporte. Están dichas por argentinos pero la nacionalidad es indistinta. Sucede que en época de los mundiales de fútbol todas las naciones participantes sacan a relucir sus atavismos, esencialidades, y erigen a un puñado de futbolistas en símbolos de una nacionalidad y de valores pegados a ella que tendrán que confirmar luego con su desempeño en el torneo. Es que a falta de guerras y de héroes de la independencia tornamos al mundial en una especie de campo de batalla que será testigo de nuevas epopeyas. Algo perdura en nuestros genes que nos hace desear la confrontación, el triunfo y la heroicidad. En la remota complejidad de nuestras células hay todavía humo, gritos y fragor de batallas que están dormidas hasta que un hecho las rezuma y las actualiza.
La “Ilíada” estaba presente desde los primeros años de la formación del niño griego, era un texto insoslayable, un canto épico sobre héroes y dioses, una gesta sobre la guerra de Troya. Se cuenta que los germanos tenían cantos guerreros orales que tendían a conservar tradiciones bélicas y nombres de héroes. Esa es una de las simientes que dio origen a los cantares de gesta europeos como la “Chanson deRoland” en Francia y el “Cantar de Mío Cid” en España que circularon primero de la mano de los juglares y luego, mucho más tarde, en forma escrita. Todos estos escritos pertenecen a un género literario que hoy ya nadie cultiva, el género épico. Sin embargo, sus huellas siguen presentes en nuestras consideraciones y en nuestro lenguaje como lo prueban las frases que hemos escuchado y leído a lo largo de este mes mundialista.
Sin caer en teorías a mi juicio bastante estrambóticas como la del poeta y cineasta italiano Pier PaoloPasolini que establecía una correspondencia entre fútbol y lenguaje, según la cual afirmaba que el primero, al igual que el segundo, era un sistema de signos. Así pues, los futbolistas ejercían de fonemas, es decir, serían jugademas.  Siguiendo con la equiparación lógica, la combinación de los jugademas daría origen a las palabras futbolísticas.  La sintaxis de todo este sistema se expresaría en el partido. La conclusión de Pasolini es que hay equipos en prosa (convencionales) y equipos poéticos (novedosos, creativos) en el fútbol. En fin, dejemos teorías y vamos a interrogaciones. ¿Qué hace que este torneo se viva con un espíritu bélico? ¿Por qué tenemos la necesidad de levantar héroes futbolísticos? ¿En cuánto influyen los medios en nuestra visión de este fenómeno?
No tengo demasiadas respuestas. Me llama sí mucho la atención la exacerbación de este tipo de lenguaje y la reivindicación (inconsciente) del género épico aplicado al fútbol. Quizá sea la exaltación de unos valores que nada tienen que ver con nuestro mundo mercantilizado, pedestre y uniforme. Quizá lata tras todo el fárrago mundialista un deseo de singularidad y excelencia que proyectamos y actualizamos cada cuatro años en los mundiales de fútbol.

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