NIÑOS II
Un atento lector me recordaba otros niños
y niñas de la literatura. Claro no podemos olvidar a Moncho, el niño
deslumbrado por las enseñanzas de su maestro Don Gregorio en el cuento de
Rivas, “La lengua de las mariposas”. Esa relación fraternal y de conocimiento
de maestro-alumno es cortada abruptamente por el inicio de la guerra que
encarcela al maestro y que hace al niño víctima del miedo y la hipocresía social.
Así Moncho, confundido por todo el espectáculo de los detenidos que suben a un
camión mientras la turba les grita, impelido a adoptar la conducta de los
demás, solo puede articular algunas palabras que son esenciales para él y que
lo unieron al maestro. Disculpá que te revele el final pero es una muestra
clara de cómo el mundo de los adultos a veces emponzoña a los niños: “Cuando los camiones arrancaron cargados de
presos, yo fui uno de los niños que corrían detrás lanzando piedras. Buscaba
con desesperación el rostro del maestro para llamarle traidor y criminal. Pero
el convoy era ya una nube de polvo a lo lejos y yo, en el medio de la alameda,
con los puños cerrados, sólo fui capaz de murmurar con rabia: ‘¡Sapo!
¡Tilonorrinco! ¡Iris!’.
Las vivencias del aula en la infancia
están también en este poema de A. Machado: “Con
timbre sonoro y hueco/truena el maestro, un anciano/ mal vestido, enjuto y
seco,/ que lleva un libro en la mano.// Y todo un coro infantil/ va cantando la
lección:/ ‘mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón’. Todo esto sucede tras los vidrios de una mañana
fría, otros cristales también empañados atrapan la mirada de los niños según
Lorca: “La tarde equivocada/ se vistió de frío.// Detrás
de los cristales,/ turbios, todos los niños,/ ven convertirse en pájaros/ un
árbol amarillo”.
Lejos del cobijo de los cristales, en la intemperie de la vida
está el “Niño yuntero” de Miguel Hernández, un alegato fuerte contra la
explotación de los niños en el campo: “Empieza a sentir, y siente/ la vida como
una guerra,/ y a dar fatigosamente/ en los huesos de la tierra.// Contar sus
años no sabe,/ y ya sabe que el sudor/ es una corona grave/de sal para el
labrador”.
Un cuento emblemático, pleno de sugerencias y lleno de
hipótesis de lectura es “Teddy” de Salinger. Cuenta la historia de un chico de
10 años especialmente inteligente e intuitivo, que entabla una conversación con
un hombre en un barco. De esta charla salimos convencidos que el entendimiento
y la percepción del chico son excepcionales, y que puede intuir inclusive hasta
el día de su muerte.
Haroldo Conti hace del cuento una verdadera fiesta de la
escritura, leyéndolo uno tiene la sensación errónea de que escribir así es
fácil, recuerdo uno texto magnífico cuyo protagonista es un niño de una villa
miseria, “Como un león”. Hay dos mundos opuestos, el mundo de la villa y el
mundo exterior, ajeno a él. Lito afirma con orgullo el contexto social en el
que vive y es criado, y, a pesar de que su hermano y su madre le dan la
oportunidad de estudiar y convertirse en hombre de bien, cree que la educación
no sirve, prefiere ocupar ese tiempo en la calle. “Me acuerdo (…) de todos
los que se fueron. (…) Sé que tarde o temprano iré tras ellos. Tarde o temprano
la vida se me pondrá por delante y saltaré al camino. Como un león”.
Si te ha sorprendido la llegada de un hermano menor, allá en tu
infancia, te identificarás con Quico, el pequeño protagonista de la historia de
Miguel Delibes, “El príncipe destronado”. El niño es el quinto de seis hermanos de
una familia acomodada, que se encuentra desplazado por la venida de la última
niña, Cris, y trata de recuperar el cariño de la familia.
El inventario puede ser copioso, y habrá
historias de niños y niñas en tu memoria que seguramente faltarán aquí.
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