HOTELES Y ESCRITORES III




      Quizás suena lógica la fascinación que sienten los cantantes y actores por los hoteles, ya que parte de su medio de vida es el desplazamiento y el saltar de una habitación a otra, entre pueblos y ciudades; se entiende menos la atracción de muchos escritores por estos lugares a tal punto que los adoptan para la creación, o bien pasan allí largas temporadas.
      Es posible que un indicio para explicarnos este deslumbramiento pueda estar en aquella frase de Bertolt Brecht sobre los hoteles: Habitar en un hotel significa concebir la vida como una novela. Claro, porque en el fondo los hoteles con sus camareros, sus habitaciones impolutas, sus atenciones, sus servicios, tienen poco que ver con nuestra vida cotidiana, vivir en un hotel es eso, hacer una vida ficticia que uno sabe que pronto terminará. Puede ser que estimule la creación de mundos de ficción el cercano contacto entre lo que se vive en la realidad y en la creación.
      Desde una habitación con vistas al Río de la Plata, Federico García Lorca,--dicen—escribió el tercer acto de “Yerma”, en el entonces majestuoso hotel Carrasco de la capital uruguaya. Cuando lo visité hace un tiempo parecía un viejo barco abandonado en el puerto, apenas se vislumbraba entre sus ruinas la placa que recordaba el paso del poeta andaluz.
      Ian Fleming, el creador de la zaga “James Bond” huía del invierno británico y se refugiaba en Jamaica, en el hotel GoldenEye, un entorno rural paradisíaco junto al mar Caribe. Cuentan que allí escribió muchas de las historias de su personaje más famoso, tumbado en una larga mecedora, con varias botellas en derredor, un cuaderno de notas y una estilográfica de oro. Dos películas llevan el nombre de este hotel, la primera es sobre la vida de Fleming y la segunda, también a modo de homenaje, forma parte de la serie de James Bond.
      El dramaturgo estadounidense Tennessee Williams supo de fidelidad a un hotel, el Elysee en Manhattan. Allí vivió prácticamente los últimos quince años de su vida y escribió gran parte de sus memorias y muchas piezas teatrales que los críticos agrupan dentro del último periodo de creación del autor de “Un tranvía llamado deseo”. Williams murió en su suite en 1983.
      Y si de muerte en hoteles hablamos, muchos recordarán el Hotel Roma en Turín, allí una noche del 26 de agosto, Césare Pavese toma una habitación en el tercer piso, desde allí llamará varias veces a mujeres diferentes. Luego el silencio; al otro día lo encontrarán sobre la cama y seis sobres de somníferos abiertos y una notita: “Por favor, no chismorreen demasiado”.
      Un día “los dogos ilusos” (así los llamaba) que llevaba dentro lo condujeron por el río Paraná al interior del Delta, llegó a una habitación de un pequeño hotel del Tigre llamado “El tropezón”. No era la primera vez que Leopoldo Lugones frecuentaba la zona. Allí escribió una carta en la que hablaba de la imposibilidad de terminar un libro sobre Roca, de cómo quería que fuese su entierro; pero del porqué de la determinación de beber whisky con cianuro,(“una muerte de sirvienta” así le había reprochado el método que eligió poco tiempo antes su amigo Quiroga),no dijo una palabra.
      Hay más, Wilde muere en París, en el Hôtel d'Alsace; Chejov pidiendo Champagne en un hotel de la Selva Negra alemana, Antonio Machado y su madre en el hotel Majestic de Collioure…

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