MUJERES Y ESCRITURA VI




Desde el fondo de la Edad Media, lentamente, comienzan a aparecer frases diferentes, visiones singulares, expresiones nuevas que corroen el muro monolítico de la escritura varonil. Es cierto que esta escritura de mujeres es acotada, también es cierto que se ha perdido y mucho de lo que otras mujeres escribieron; pero lo que nos queda es de extrema brillantez.
Hay una historia singular, terrible,--si se quiere—protagonizada por uno de los más brillantes filósofos de la Alta Edad Media, se llamaba Abelardo y era temido por sus colegas y amado por sus alumnos gracias a una inteligencia demoledora. Ese hombre se enamora de una alumna suya, una joven bellísima llamada Eloísa. En su autobiografía Abelardo recuerda ese tiempo: “...Los libros permanecían abiertos, pero el amor más que la lectura era el tema de nuestros diálogos, intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían con más frecuencia a sus senos que a los libros…”. 
La historia dice que Eloísa quedó embarazada y que su tutor (un tío obsesionado por la deshonra) irrumpió junto a otros parientes en la casa de Abelardo y lo castraron. Por indicación de éste, Eloísa ingresó en un convento y él se ordenó monje. Desde ese momento y hasta la muerte de Abelardo, ella le enviará una serie de cartas apasionadas en las que habla del papel de la mujer en el mundo, de su dualidad, ya que como monja se sometía a Dios, pero como mujer—y pese a todos los contratiempos—pertenecía a Abelardo. Es curioso, la docta obra del filósofo es hoy menos popular que las cartas de aquella mujer que clamó siempre por el amor de ese hombre. Te dejo un pequeño fragmento de una de sus cartas: “Pero, ¿qué puedo esperar yo, si te pierdo a ti? ¿Qué ganas voy a tener yo de seguir en esta peregrinación en que no tengo más remedio que tú mismo y en ti mismo nada más que saber que vives, prescindiendo de los demás placeres en ti -de cuya presencia no me es dado gozar- y que de alguna forma pudiera devolverme a mí misma?. Los amantes están en un sepulcro doble en el cementerio parisino de PéreLachaise.

Ahora recuerdo a Hidelgarda de Bingen, otra de las grandes figuras femeninas de la Edad Media, que destacó como escritora mística y religiosa, poeta, escritora científica (libros de medicina), música, y artista plástica. Afortunadamente debido a su condición religiosa su obra se ha conservado y muestra la diversidad y profundidad del pensamiento de esta monja germana. Pero pese a que el mismo papa Eugenio III se manifiesta sorprendido por sus escritos y la insta a que siga produciendo, Hidelgarda no puede cumplir su sueño de enseñar en la universidad porque era mujer. Acá una muestra pequeña de su escritura: Y así el hombre y la mujer se unen para cumplir juntamente su obra, pues el hombre sin la mujer no se llamaría hombre, ni la mujer sin varón sería llamada mujer. La mujer es la obra del hombre, el hombre es la visión de la consolación femenina, y ninguno de ellos puede ser sin el otro”.
Al modo de Hipatia, es en el otoño de la Edad Media (frase inigualable de
Huizinga)cuando aparece la primera gran intelectual de Occidente, e incluso se habla de la primera escritora feminista, me refiero a Cristina de Pisa (s. XIV-XV). Hija del médico de Carlos V, poseía una cultura extensa que abarcaba no solo las artes sino también las ciencias. Viuda muy joven y en bancarrota, Cristina comenzó a ganarse la vida con las letras, ya que componía baladas que exaltaban los amores de algunos nobles que querían ver y escuchar  sus propias conquistas y para eso le pagaban. Dado su prestigio participó de varias polémicas con hombres acerca del papel de la mujer en la sociedad y del uso, muchas veces denigratorio, que hacía de la figura femenina la literatura de su tiempo. Desde comienzos del siglo XV, dedicó todos sus esfuerzos a escribir y reivindicar a su género. Uno de sus libros comienza: Ha llegado el momento de que las severas leyes de los hombres dejen de impedirles a las mujeres el estudio de las ciencias y otras disciplinas”. Ya muy grande culminó su trabajo intelectual con una monumental biografía de Juana de Arco en la que sostiene que fue su condición de mujer la que inclinó el fiel para su condena a muerte.

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