ESCRITURA=ESPERMATOZOIDE
La escritura es la herramienta de todos aquellos que pretenden hacer literatura. Desde los juglares hasta hoy, la única creación oral importante son los cuentos verdes; siempre y cuando no consideremos a los chismes como una nueva especie literaria oral.
Escribir es elegir, es una condición de posibilidad en la que damos al papel una forma y abortamos muchas. Es una situación espermatozódica. Las cartas que jugamos o que nos guardamos, la baraja, es la lengua.
Y si seguimos con la imagen "timbera", hay algunos que con unas 50 cartas se las arreglan para andar por el mundo; y si no pregúntenles a los chicos de Gran Hermano, que además de las palabras "obvio" y "boludo", de vez en cuando usan otras. Pero para escribir literatura hay que atesorar más de 50 cartas, hay que tener un diccionario un poco más completo. Claro que tampoco se debe caer en la pedantería verbal, esa que Borges le reprochaba a Lugones, de que hay que escribir con todas las palabras de un idioma.
Con un equipaje interesante de palabras, el problema no se soluciona, hasta se complica; porque es necesario elegir entre varios términos y de paso ordenarlos de una determinada manera, la bendita sintaxis. Cuando hemos logrado un resultado que nos deja más o menos conformes, viene la pregunta final y fatal: ¿esta frase, dice lo que yo quería decir?. Nueva complicación y dos caminos: o abandono y me dedico a la pintura (después de todo en el jardín de infantes los pinitos me salían lindos); o persisto sabiendo de los esfuerzos y complejidades que me esperan.
Si perseveramos y para ayudarnos a ir encontrando las palabras y las frases, suelen estar los talleres literarios. Muchos escritores han pasado por ellos, otros han coordinado talleres. Hay ejemplos famosos como el de Rulfo, el de Pedro Orgambide, el de José Donoso. El chileno 'Pepe' Donoso, hombre de "pocas pulgas" expulsaba violentamente a sus alumnos del taller si no habían leído a Dostoievski. "¿Para qué vienen?, para escribir, primero lean..." y les cerraba la puerta.
Lectura y escritura son dos actos inseparables. En muchos casos son nuestros gustos literarios, determinados autores, temas, etc., los que condicionan la escritura. No se puede pensar en la obra de Onetti sin Faulkner, ni en parte de la poética de Rubén Darío sin los parnasianos y simbolistas franceses.
En el acto de escribir dos son las posiciones extremas. Están aquellos que corrigen sin descanso, palabra a palabra, frase a frase, con un rigor obsesivo como Flaubert, el autor de "Madame Bovary". Están también aquellos que escriben y no corrigen prácticamente nada, se dice que Cervantes escribía de esta manera. En la actualidad, César Aira, el autor de "La liebre" manifiesta que publica sin corregir. Por supuesto que la gran mayoría de los escritores adopta una posición intermedia, se corrige pero sin llegar a la obsesión.
En fin, corregir o no corregir no garantiza la calidad de la obra literaria, lamentablemente hacen falta otras cosas. Se dice que Stendhal necesitó sólo 50 días para escribir "Rojo y Negro" y que Tolstoi escribió siete veces "La Guerra y la Paz". El problema es que los Tolstoi y los Stendhal son una especie poco frecuente; como poco frecuente es el maldito talento que se necesita para comenzar a ser un buen escritor.

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