PEONES GOLONDRINA II

La lectura es una tarea de recolección, una cosecha que hacemos los lectores de libro en libro, como esos peones "golondrina" de cosecha en cosecha.
En los tiempos que corren, frase hoy más acertada que nunca, es difícil dedicar un tiempo para la lectura. La mayoría de los no lectores enarbola la coartada perfecta: " a mí me gusta leer, pero tengo tan poco tiempo..." Sin saber que aquellos que tenemos el virus lector leemos en los lugares más inverosímiles o en los trabajos más agitados.
"Que otros se jacten de los libros que han escrito, yo me jacto de los que he leído", decía Borges, y uno que no le cree muchas de sus "modestias", está seguro de que es así. Además pocos escritores han reflejado su pasión por la lectura en su obra como lo ha hecho Borges. Alguna vez también manifestó que el peor inconveniente de su ceguera, era no poder leer.
La historia de las letras está llena de ejemplos ilustres. Cervantes declara que leía hasta los papeles tirados en las calles. Quevedo se hacía servir la comida en su mesa de trabajo, allí junto a su plato colocaba un atril con un libro y mientras comía, leía; tanto era el gusto y la sed de saber que no se permitía perder tiempo.
Si es por sed de saber, pocos lectores han tenido conocimientos tan enciclopédicos como Leopoldo Lugones. Cuentan que una vez, siendo inspector nacional de escuelas, llegó a una de ellas y había faltado un profesor, Lugones pidió el programa de la materia y dio una clase por más de dos horas sobre minerales, ante el asombro del director, que luego confesó que "esa bestia sabía más de minerales que dos geólogos juntos".
Pero volvamos a la literatura. Un lector insaciable y obsesivo, fue Tomasi de Lampedusa. El autor de "El gatopardo" repetía todos las mañanas un ritual que era quedarse horas leyendo en algún café, abstraído del mundo, luego hacer las compras que incluía, además de alimentos, los infaltables libros que poblarían sus horas. Su biblioteca era impresionante, su ritmo de lectura también. Es cierto que era noble, es cierto que no necesitaba trabajar, pero sólo una pasión por la lectura puede llevarnos a obrar de esa manera.
La tarea de escribir es siempre una tarea incompleta, un oficio a medias. Para que una obra deje de ser una cosa más entre las cosas necesita del lector. La obra literaria se convierte en tal cuando un lector la recrea, y entonces ese mundo de papel se transforma en vida.
La lectura del "Werther" de Goethe provocó, poco después de su publicación, una serie de suicidios que inquietaron a las autoridades y al propio autor. Dolly, la esposa de Onetti, cuenta que cuando su marido terminó de leer "El perseguidor" de Cortázar, su reacción fue pegarle una piña tremenda al espejo del baño que terminó pulverizado.
Leer es eso, convocar el misterio de unos signos anclados en una página blanca, para que naveguen por nosotros.

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