LOS SUICIDAS

"El único verdadero problema filosófico es por qué no me mato". Así, con la desnudez brutal que caracterizaba a sus frases, Albert Camus, el autor de "El extranjero" resumía su principal preocupación. Una lucha constante por dotar de sentido al mundo, y así evitar la tentación de un final precipitado.
La cita de Camus es algo que ponemos en práctica todos los días aunque lo hagamos en forma inconsciente. La madre de todas la s decisiones es esa, la disyuntiva de permanecer o no en la vida. Todas las demás elecciones están subordinadas a esta soberana determinación.
El suicidio ha llamado siempre la atención, ha suscitado un sin número de especulaciones sobre el porqué las personas lo hacen. Las causas pueden ser muchas y ninguna, y provoca en la mayoría de la gente desconcierto.
En el caso de los escritores suicidas, al contrario de lo que sucede con algunos músicos que la muerte "los mejora"; en la mayoría de los casos sus obras permanecen no por el destino del autor sino por su calidad literaria.
Cuatro son los grandes nombres de escritores suicidas ilustres en la literatura argentina, afortunadamente ninguno ha hecho milagros ni tiene un santuario. Los cuatro nos legaron como verdadero milagro sus obras.
Horacio Quiroga, el autor de "Cuentos de la Selva" fue un hombre signado por la tragedia. Decidió poner fin a su vida antes que el cáncer se adueñara de su voluntad. En una calurosa noche de febrero de 1937 salió del hospital, compró cianuro y Whisky y decidió visitar a la compañera de muchos de sus cuentos para "volver a ser parte primigenia de la naturaleza"
El otro, recorrió en tren por última vez el trayecto Buenos Aires-Tigre, luego abordó una lancha hasta un hotel en las islas del delta, se encerró en una habitación, bebió también cianuro y murió exactamente un año después que su amigo Quiroga. Sucumbió a "esos dogos ilusos" que vivían en su interior y que un día lo asaltaron para siempre. Al otro día nadie daba crédito a la noticia de que Leopoldo Lugones había terminado con su vida.
En octubre de 1938, una mujer poeta a la que le dolía la vida, resolvió encarnar aquello que había anunciado en su escritura; y en la madrugada del 25, Alfonsina Storni caminó hacia el mar para dormirse definitivamente y terminar la lucha contra el mundo y la enfermedad.
Pasaron 34 años para que otra poeta, dueña de una lucidez excesiva y un dolor infinito, ingiriera un frasco con pastillas que eran el pasaporte que utilizó Alejandra Pizarnik para derrotar la honda y lacerante soledad que las palabras habían provocado.
Es curioso, todos decidieron morir en la noche, que es la amiga del sueño, que es el hermano de la muerte. Lugones se fue con su secreto; Quiroga y Alfonsina, orgullosos como eran, decidieron tener la total soberanía sobre sus vidas. Pizarnik compredió que las palabras pueden ser ese infierno tan temido y huyó buscando un paraíso. .

nestorio_62@yahoo.com.ar

Comentarios

Entradas populares