PENA SÍ, OLVIDO NO

Hace seis años que seguimos teniendo penas, pero no olvido. Un 29 de enero se fue Osvaldo Soriano, a los 54 años de la mano de un cáncer de pulmón que supo conseguir. Con él desaparece el último escritor best seller de la literatura argentina; un narrador nato que le gustaba contar historias ya sea en el periodismo o en la literatura, aunque en el caso de Soriano esos límites son muy difusos.
Hijo de un inspector de Obras Sanitarias, llevó una vida nómade antes de recalar en Buenos Aires. Soriano siempre habló con especial cariño de Cipolletti y del Alto Valle, porque en esta zona pasó varios años de su juventud.
Muchos de sus relatos transcurren ya en Neuquén, en Allen, en Barda del Medio. La mayoría de ellos están relacionados con una de las grandes pasiones de Soriano, el fútbol. De esas historias recato dos en las que se puede apreciar su maestría narrativa: "Gallardo Pérez, referí" y "El penal más largo del mundo".
Alguna vez tuve la dicha de hablar algunas noches con Soriano cuya conversación jamás tocaba el aburrimiento, era un verdadero contador de historias siempre envuelto en el humo de sus constantes cigarros. Compartimos, dos aficciones y una frustración: el gusto por Laurel y Hardy (El gordo y el flaco), la lectura de Erskine Caldwell y esa novela desoladora "El camino del tabaco".
La frustración fue que ninguno de los dos como futbolistas pudo ganar nunca en Barda del Medio. Soriano se reía cuando yo le contaba las dificultades que pasé en la cancha de Obrero Dique y él confesaba que no podía creer que se haya seguido repitiendo la historia 20 años después. "Sabés que cuando yo les cuento esas cosas en Buenos Aires se ríen, no me creen que sean reales" me dijo una noche lleno de satisfacción por la coincidencia.
De esa anécdota guardo un preciado recuerdo. El ejemplar de "A sus plantas rendido un león", esa novela paródica sobre la izquierda, tiene una dedicatoria en la que destaca la imposibilidad mutua de ganar en Barda del Medio.
Osvaldo Soriano era una especie de "bicho raro" en la literatura argentina. Integrante de la bohemia periodística de finales de los sesenta y principios de los setenta fue uno de los escritores más exitosos de los últimos tiempos.
Entre sus influencias estaba Chandler y los narradores norteamericanos de la "generación perdida"; entre sus devociones Calvino y Bioy Casares.
. Escribió alrededor de once libros--entre los que destaco "Triste, solitario y final"-- e innumerables artículos diseminados por los diferentes diarios en los que actuó. En Italia, en Francia, gozaba de un prestigio que aquí los círculos académicos le negaron.
Escribía de noche hasta las ocho de la mañana, dormía hasta las cuatro de la tarde. Le fascinaba internet y las computadoras. Sentía devoción por los gatos, alimentaba a las arañas que se establecían cerca de su escritorio. Fanático de San Lorenzo. Dejó un puñado de historias tristes, de personajes fracasados que siempre se están moviendo buscando una salvación que nunca llega.

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