WERNICKE

Tiene orejas grandes y el pelo renegrido peinado hacia atrás formándole dos o tres ondas antes de llegar al punto superior de la cabeza, apenas sonríe y en esa mueca se marca la dureza de un rostro veteado de arrugas que el sol, los oficios y el tiempo cincelaron. Se llama Enrique Wernicke y siempre he observado con atención una de las escasas fotos que se le conocen.

Si la literatura argentina es también los nombres que calla, uno de los "ilustres" silenciados es Wernicke. Nacido en Buenos Aires en 1915; ejerció los más diversos oficios, fue topógrafo, periodista, agricultor, titiritero en la Patagonia y por último fabricante de soldaditos de plomo. Fue además poeta, dramaturgo y narrador.

A diferencia de escritores como Carver o Castillo, jamás hizo un mea culpa sobre la bebida, precisamente porque jamás dejó de beber. Lo que sí dejó al morir en 1968 fue un diario cercano a las 1500 páginas, al que bautizó Melpómene, en homenaje a la musa de la tragedia. Allí desnuda sus frustraciones y su oficio de escritor. De estas páginas apenas se conocen fragmentos y que todavía esperan para su publicación.

Escritor de culto, Wernicke es sin dudas uno de los maestros del cuento en español. "Los que se van", relato que le da título a uno de sus libros más importantes es una cabal muestra de la maestría de este escritor enrolado en el Partido Comunista y luego expulsado por rebelde y crítico. Mientras el resto de los escritores de su generación y su ideología andaban por el realismo socialista, él construía una estética especial basada en el laconismo y la omisión, en la perfección formal y en la cotidianeidad de los márgenes; una estética muy similar a lo que décadas después se llamará minimalismo y que los yankees adjudican a Carver.

Hay en Wernicke una fobia y huida de los circuitos de prestigio cultural, su reclusión en la ribera, su carácter hosco tienden a cimentar su fama de lobo solitario. Sin embargo los pocos amigos del autor de "La ribera" señalan su culto por la amistad, el alcohol y la literatura. Como alguno de sus personajes, Wernicke se ubica en los bordes. En su narrativa hay una elección deliberada de los márgenes.

El lugar en los cuentos de Enrique Wernicke suele tener importancia determinante, suele ser agrario o se sitúa en los límites de la ciudad o en los pueblos de la zona campesina. Entre calles y boliches se mueven sus personajes, tan marcados por lo extraño como por lo cotidiano.

Sus temas clásicos son el campo, la ribera, los perdedores que comparten ese espacio con los fracasados y pequeños rufianes de la minúscula burguesía envueltos en un humor ácido y corrosivo.

Enrique Wernicke ha influido en la forma de contar, en los temas de varios autores consagrados argentinos. Sin embargo su obra sigue siendo poco conocida por los lectores argentinos, ya va siendo tiempo de hacer justicia literaria con un narrador riguroso y brillante y de una ética inquebrantable.

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