VIAJES

"Se narra un viaje o se narra un crimen, ¿qué otra cosa se puede narrar?", se pregunta el escritor argentino Ricardo Piglia.

Más allá del reduccionismo de la cita, el viaje es estructuralmente el material perfecto para la narración. Otros temas suponen un artificio mayor ya que debemos encontrar un origen para la historia y sobre todo un final en el que es difícil sustraerse de los convencionalismos del happy end o de la derrota de los malos.

La narración de un viaje le ahorra estas dificultades al narrador. El viaje tiene desde el vamos un comienzo determinado y un claro final, simplemente porque uno no se puede pasar la vida viajando, excepción hecha de los personajes de "Viaje a las estrellas", pero esa es otra historia.

Todo viaje es en sí mismo una ficción, un acontecimiento excepcional que sustituye la modorra de la cotidianeidad del paisaje, las caras, las tareas, las costumbres por la novedad, lo inesperado, lo sorprendente; una especie de película que pasa delante de nuestros ojos y en la que uno es el impensado protagonista.

Un viaje es una ficción porque la cotidianeidad es desplazada de nuestro centro vital, aunque psicológicamente la llevamos como una segunda piel y funciona como un punto de referencia.

Hubo viajeros célebres que no se resignaban a perder fragmentos de su mundo habitual, pero al mismo tiempo no podían resistir la tentación del viaje.
Ejemplo extremo es el inglés Robert Byron que andaba por los desiertos árabes con una caravana de Rolls Royces, innumerables cajas de champagne, vajilla y cristalería, parte de su biblioteca personal y otra serie de extravagancias. Este exquisito viajero escribió uno de los libros de viajes más recordados, The Road to Oxiana, que sirviera de inspiración luego a otros renombrados viajeros ingleses.

Otros viajan simplemente para encontrar lejos del hogar las mismas cosas que dejaron. El shopping --ese lugar hecho para perderse-- de los fines de semana es sustituido por otro pero en Miami, que curiosamente o no, tiene las mismas palmeras y casi los mismos comercios que el del barrio, incluido el infaltable negocio de hamburguesas.

Varias son las características de los viajes del siglo XXI. Una de ellas es casi la ausencia de novedad. Todo lo sabemos porque lo vimos antes; en el reino de la imagen no me sorprenden el glaciar Moreno ni el río Amazonas en la misma medida que pudieron sorprender a los viajeros decimonónicos.

Otra es la ausencia de peripecia, de dificultad. Las compañías de turismo se encargan de que todo sea confortable, previsible, entretenido y por lo tanto insulso. Una tercera nota estaría en la velocidad. Hay que llegar pero nunca se llega, porque siempre se corre hacia otro lugar.

Se viaja por la misma razón que se consume ficción; para distraerse, para aprender, para olvidar, para conocer, para reponerse de algún traspié vital. Se viaja porque se quiere vivir la ilusión momentánea de que tenemos otra vida más fascinante que esa que nos espera irremediablemente semanas después al girar la llave de nuestra puerta.



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