ATLAS ETÍLICO

Y esta serie de ilustres literatos borrachos va llegando a su fin. La lista y las columnas con aquellos que hicieron del gusto por la bebida parte de su vida y sus escritos sería larga y seguramente reveladora de algunos casos sorprendentes. Queda por revelar la historia del vino y su asociación con el arte, aunque ése será motivo de otros escritos. Y como dice el refrán que en “la variedad está el gusto”, concluimos hoy con un recorrido por diferentes geografías y escritores que han hecho del acto de beber toda una ceremonia del placer o una escena trágica.

Julio Ramón Ribeyro, es apenas conocido en nuestro país por la edición de sus cuentos completos por Alfaguara. Ribeyro, limeño, contribuyó a hacer conocer su ciudad en la geografía literaria hispanoamericana; pero con una óptica diferente de sus contemporáneos del boom: la brevedad del cuento, la economía en el lenguaje. Alguna vez confesó que practicaba “la embriaguez moderada como método de conocimiento”, y pese a su débil salud se las arregló para preservar los placeres del alcohol y del tabaco.

Otro peruano, hoy conocido internacionalmente libró una seria batalla con la botella; Alfredo Bryce Echenique, el autor de “La amigdalitis de Tarzán”. Bryce Echenique ha contado en varias notas cómo su labor de escritor y su vida han estado a punto de naufragar entre las olas del whisky.

Ya situados en Europa, hay una versión sobre Dostoievski en la que se cuenta que el autor ruso se propuso redactar un escrito en contra del alcoholismo, el resultado fue “Crimen y Castigo”. De ser cierta la anécdota sorprende, ya que Dostoievski era un empedernido bebedor, hijo de alcohólico y además enfermizo jugador.

La llamada “Generación Beat” de escritores estadounidenses: Kerouac, Guinsberg y Burroughs supieron del descontrol etílico y de otros ácidos. Jack Kerouac, el autor más famoso de este movimiento, bebió toda su vida y algunos sostienen que su muerte fue causada por las secuelas de su constancia alcohólica. A esta misma causa le atribuyen la muerte del poeta británico Dylan Thomas.

Lawrence Durrell, el célebre autor de “El cuarteto de Alejandría”, mantenía una férrea disciplina de trabajo, alternada por una férrea disciplina bebedora, tanto de whisky como de bebidas tradicionales árabes.

Y si de argentinos se trata hay que nombrar a Enrique Wernicke, autor injustamente olvidado por el campo literario argentino, quien sobrellevó el alcoholismo hasta el final de sus días y contribuyó a su fama de autor mítico e inabordable para sus contemporáneos.

Otro caso es el Abelardo Castillo, en una célebre novela “El que tiene sed”, cuenta las peripecias del Poe alcohólico; pero sobre todo es también la particular experiencia que con el alcohol tuvo su autor. Años después Castillo sostiene que “beba o no, quien llegó a la etapa crónica de su enfermedad, será siempre un alcohólico”.

Y para el final el caso de un excelente poeta argentino, Aldo Oliva, quien solía llegar a su cátedra en la universidad en condiciones poco académicas; aunque esto nunca fue un obstáculo para componer una obra rigurosa.

Comentarios

Entradas populares