EL DIABLO BORRACHO

“He pasado la mitad de mi tiempo en una taberna y la otra mitad en una biblioteca”. Estos versos son la síntesis perfecta de la vida de uno de los escritores-mito de Occidente: Charles Bukowski o Buk o Henry Chinasky, ese otro o el mismo Buk que deambula por su escritura.

En el encarpetado mundo literario anglosajón, un escritor es casi un funcionario de las grandes editoriales, con sus agentes, secretarias, traductores y agentes de bolsa. Bukowski es la antítesis de esa imagen. El último de los grandes escritores norteamericanos que no escribe por compromiso editorial, sino porque le da la real gana; “para salvarme a mí mismo”, porque una página bien escrita, como una mujer o una botella o la música, mitiga un poco el sin sentido de la vida.

Leer a Bukowski es un verdadero ladrillazo en la cara. Un tipo que nos muestra que todo lo que nos rodea es maquillaje, circo, distracciones elegantes, consumismo estéril. Porque detrás de todo eso, como telón de fondo, está la vida que es trágica, absurda, vacía.

Buk muestra el revés del “american style way”. Odiaba el trabajo. La vida planificada. Limpiar, cortarse las uñas. A los críticos literarios, a los escritores, a la gente que nunca le invitaba a un trago. Es el hombre que no tiene dueño, tan sólo comprometido con la bebida y con su vieja máquina de escribir. Por eso cada vez que lo leo aparece su figura como la de un Diógenes moderno, un cínico sabio y por supuesto desencantado.

Bukowski nació en Alemania en 1920, era hijo de una oficial yanqui y de una joven alemana. De niño vivió en los suburbios de Los Ángeles, donde conoció la pobreza y la violencia paterna. A punto de graduarse en periodismo, abandonó la carrera y comenzó su vida itinerante y su sed de alcohol: el mito había comenzado.

Ejerció los más diversos empleos, fue basurero, lavacoches, sereno; frecuentó andurriales, los hoteles de mala muerte, los bares con resaca humana , las calles solitarias en plena noche, las mujeres fieles por algunas horas, los hipódromos. El único empleo estable que le duró por casi diez años fue el de cartero; con ese nombre aparece en 1970 su primera novela, que le permitirá dejar el correo y dedicarse todo el tiempo a la literatura.

Bukowski es el escritor de una prosa descarnada y violenta, de versos sencillos y letales. Tanto sus novelas como sus poemas hablan siempre de mujeres, de sexo, de alcohol, de caballos y de soledad, de una infinita soledad. Y de humor y de cinismo.
Bebió hasta el final de sus días. Murió en 1994, gozaba de una fama que por momentos le resultaba incómoda. Este poema titulado “Cerveza” condensa al mejor Bukowski:
“No sé cuántas botellas de cerveza/consumí mientras esperaba que las cosas mejoraran./No sé cuanto vino, whisky/ y cerveza,/principalmente cerveza/ consumí después/ de haber roto con una mujer/ esperando que el teléfono sonara/ esperando el sonido de los pasos,/y el teléfono no suena/ sino mucho más tarde/ y los pasos no llegan/sino mucho más tarde”.

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