REFLEJOS

Retrato de Zolá pintado por Manet
El arte es una mirada especial sobre el mundo, y una mirada condicionada por la época a la que pertenece ese producto artístico y por la visión única del o la artista. Es fácil comprender esto con artes si se quiere más “figurativas” como la literatura o el cine, se torna más complicado cuando se trata de danza o música.

Lo que aparece aquí es un pre-juicio, en el sentido primario del término, es decir una idea formulada sin la constatación fehaciente de los datos, o bien una idea adoptada sin un examen previo. Este prejuicio hace que le pidamos a la literatura o al cine que sean lo más fieles posibles a la “realidad”—término ambiguo y problemático si los hay—pero no así a la música por ejemplo.

Recuerdo hace unos años la polémica que se desató durante la filmación en nuestro país de la ópera “Evita”. Los ataques se concentraban en dos puntos básicos: el primero, porque la protagonista, Madonna, no daba (para algunos) con la densidad moral de la figura recreada; el segundo, que la “historia” del film no se correspondía plenamente con la Historia.

Los polemistas, enceguecidos por los cuestionamientos anteriores, soslayaban que los protagonistas cantaban casi todo el tiempo, se les pasaba por alto que era una ópera, es decir un artificio, una construcción artística que a su vez estaba incluida dentro de otra construcción igualmente deliberada como es el cine.

La pretensión de hacer del arte un reflejo de la realidad es una pretensión imposible y; sin embargo, todavía actúa fuertemente en muchos de nosotros. Encomiamos una pintura porque parece real, una película porque “está basada en hechos verídicos” como si estas notas destacadas las hicieran pertenecer a una categoría superior.

Y ahora sí, metiéndonos en el campo literario habría que hacer desde ya una declaración de principios. La literatura tiene como material primigenio al lenguaje y éste es convencional y arbitrario, esto es, el lenguaje no se corresponde con la realidad a la que nombra, de lo contrario no existiría la diversidad de lenguas. Es decir, la palabra no puede “copiar” lo exterior a ella.

Si a eso le sumamos que toda obra literaria es desde ya un artificio, es absurdo pretender que una obra sea más “real” y otra sea más “fantástica” teniendo en cuenta su cercanía o lejanía de la realidad que nombran. Ambas son igualmente producto de la fantasía de su creador o creadora.
Dos ejemplos extremos los tenemos con Julio Verne, el autor de “De la tierra a la luna” y Emilio Zolá, autor de “Germinal”. Ambos fueron contemporáneos en la Francia finisecular. Los dos estaban imbuidos de la confianza en el progreso de la humanidad gracias a la ciencia. Zolá pretendía contar como si fuera un científico la realidad que lo circundaba. Verne, en el otro extremo, ambientaba sus historias con elementos ajenos a la realidad como era el viaje a la luna.

Sin embargo para la literatura, la obra de ambos vale por su construcción estética y no por su cercanía o lejanía a una “verdad” bastante discutible.

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