BÉCQUER


Es junio en Sevilla y es la siesta. Sevilla que es flores y sol, sobre todo un sol que estalla sobre nuestras cabezas y el aire tiene el peso del plomo fundido. Huyo del centro y busco refugio en el Parque María Luisa, mientras me compadezco de los pobres caballos que uncidos a los coches esperan por turistas para un recorrido seguramente ya hecho hábito. En este parque, el frescor del agua y el pasto y la variedad de árboles crea un microclima más soportable. Caminando por el bosque llego a la avenida Bécquer, que en realidad es una calle interna del parque y apenas transitada por bicicletas y landós.

Inmediatamente pienso en el poeta sevillano y me pregunto si la gloria póstuma sirve de algo; sobre todo cuando se ha tenido una vida tan miserable y desdichada. En efecto, Gustavo Adolfo Domínguez, que luego utilizaría el segundo nombre de su padre, nació aquí en 1836. Quedó huérfano a los 9 años, y fue en la casa de su madrina, quien lo recogió, que el niño leyó a los clásicos, los románticos franceses, ingleses y alemanes. Ya adolescente trabajó en un taller de pintura y comenzó a hacer versos, algunos fueron publicados por periódicos de vida corta. En ese tiempo junto a su hermano Valeriano, pintor, y un grupo de amigos soñaban con la gloria literaria. En el horizonte aparece Madrid.

Madrid es La Meca, el lugar donde los periódicos tiran miles de ejemplares, donde cada poema se paga oro y la fama es posible. Sin embargo la realidad se encargará muy pronto de mostrar sus bazas. Él, que imaginaba la gloria en breve tiempo tiene que contentarse con pequeñas colaboraciones que no le dejan más que para un día de cama y comida. Gracias a los oficios de un amigo sevillano consigue un empleo en una oficina estatal, pero lo echan al poco tiempo ya que su jefe descubre que sus cajones están repletos de poemas.

Es en esta época que deambula por diferentes pensiones que lo reciben a cambio de prestar algún servicio, a veces duerme en los bancos de las plazas. El invierno en Madrid es duro y esa vida y su fragilidad física desembocan en la tuberculosis. En uno de sus paseos de convaleciente ve en un balcón a una muchacha llamada Julia Espí, hija de un conocido compositor. Bécquer se enamora perdidamente y comienza a escribirle poemas. Ella no los leerá nunca, ni tampoco sabrá de los sentimientos del poeta.

Pasan unos años, Bécquer comienza a escribir artículos en los periódicos, publica algunas leyendas, se casa con Casta Esteban con la que tiene dos hijos. Parece que por fin la vida lo premia. Sin embargo entra en su periodo más negro. Descubre la infidelidad de su mujer, se separa. Casta muere trágicamente en un incendio. Bécquer se abandona. Vuelve a deambular de pensión en pensión, hasta que un invierno de 1870 la tuberculosis termina con su vida.

Un año después sus amigos publican sus poemas con el título de “Rimas”. Ese libro es hoy uno de los de mayor fama de la poesía española.

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