MARIANI

Caro( como usted me llamaba en sus cartas) Mariani.

Esta es la carta que no llegué a enviarle. Estas líneas son --si usted lo quiere—la expiación culposa de cierta ingratitud, ésa que me llevó siempre a posponer para más adelante cierto proyecto en común de incorporarlo como personaje de esta columna, debido a la vana creencia que tenemos los mortales de que el tiempo es largo y la vida también.

Ahora, aquí, en esta madrugada extrañamente fría y ventosa de noviembre recorro desde la memoria aquellos recodos en que nuestras vidas se tocaron. Me ayuda, a modo de secreto homenaje, el sonido del saxo de Coleman Hawkins acariciando las notas de “Red roses for a blue lady”; eso sí, la ceremonia no es completa porque con el fernet y el cigarrillo no lo acompaño.

La primera carta, bah, en realidad fue un correo electrónico, lo recibí a mediados de octubre de 2002, en ese texto me informaba sobre el propósito de enviarme “una cartita y una revistita que hacemos a pulmón...” Después sí, llegó la primera carta, se sucederán otras, siempre en el mismo tipo de sobre blanco de 15 x 20 con un papel pegado que ocultaba el membrete del Banco Nación y siempre con la misma extrañeza tipográfica: la sustitución de la conjunción “y” por la “i” latina.

Con esa carta recibí dos revistas de poesía enmarcadas bajo el título general de “De culo al barro”, un verdadero título marianesco, y “La kafkarria” que acababa de salir. Tiempo después recibiría “Coco rayado”. En todas ellas hay una antología rigurosa de poemas y una selección de grandes autores y también los poetas locales. A Kafka, Pound, Bierce, Bukowski, Cesaire, y tantos más se les unían Isidro Mecio, Andrés Cursaro, Miguel Sabatini, Sergio Pángaro, Pablo Ohde, Bárbara Visnevetsky y el propio mariani.

Ahora que releo sus cartas escritas a máquina cuya cinta da testimonio fiel del paso del tiempo, ya que las últimas son fotocopias muy difusas; en ese conjunto, digo, veo algunas constantes. Observo que nunca me llamó por mi nombre, siempre fui caro o camarada Tkaczek; sus persisitentes digresiones que llevaban a varias notas al pie para aclarar, los subrayados, los entrecomillados. El permanente rescate de autores que no estaban u ocupaban un lugar marginal en el sistema literario y su lucha contra ese sistema. La devoción por Kafka y por Chandler. La pasión por la literatura, el jazz, el fernet y los cigarrillos. Su gratitud con estas columnas a las que dedicó comentarios y sugerencias siempre tenidas en cuenta. La reticencia a hablar de un pasado personal que lo fue convirtiendo en casi una leyenda.

Caro mariani, no nos vimos nunca y sin embargo lo estimaba y mucho. La literatura suele obrar estos milagros. Ahora, gracias a esta foto, conozco su imagen ya congelada definitivamente y puedo imaginarlo sentado frente a la máquina de escribir en aquella última carta tipeando “Chau, amigo, hasta la próxima”.

No hubo otra, amigo. Concluyo aquí, camarada mariani, con la esperanza ( y no soy muy original) de que estas líneas no le hubiesen disgustado.

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