REGRESOS


¿Qué es volver? Y el interrogante me aleja por un momento de los lugares concretos por los que camino. Es mediodía y el sol de enero en Mendoza es una metralla que desmiente las distancias de los tratados de astronomía.

Camino y dos ciudades aparecen superpuestas en la visión; aquélla de los ochenta y los bolsillos flacos y el tiempo y los sueños gordos, la de libros perseguidos y amores esporádicos, la de noches de café y discusiones infinitas; y ésta la de un “juventón” de paso, que busca con la mirada de un arqueólogo las huellas de la memoria en su geografía.

La ciudad ha cambiado y también la mirada con que la recorro. No es novedad esto. Noto sí, la lenta desaparición de los cafés en las esquinas tradicionales y el avance incontenible de los locales de venta de telefonía móvil. También cierto aire en el diseño de algunas fachadas y en el estilo de algunos comercios, un aire de impersonalidad cosmopolita a tono con los tiempos y el turismo. Hasta el bar “Mediterráneo” ahora se llama “Mediterranean’s dreams” (?) en una vana presunción de internacionalismo.

¿Qué es volver? Y se me antoja (mientras transito la Plaza Independencia) que es el intento de insertarse en una película de la que fuimos protagonistas y ahora somos irremediables espectadores. Un deseo que nos ilusiona a cada paso al comprobar que algunos de los elementos de la escenografía ciudadana son los mismos de antaño, como los árboles infinitos de sus calles y el acento y la tonalidad de las voces. Un deseo imposible por la distancia entre el ojo y la imagen.

Y fue ahí, en la Plaza Independencia—ahora llena de artesanos—donde aparecieron algunas remembranzas literarias. No sé por qué vino a mi mente el recuerdo del poeta Víctor Hugo Cúneo que en noviembre del 69, y harto de que el mundo fuera impermeable a la poesía se inmoló en señal de protesta, a lo bonzo, en esa plaza, testigo de su loca carrera de antorcha humana entre las flores que se encendían a su paso. Es posible que persiguiera esa ansia de unidad que ya había anticipado en uno de sus versos: “todas las cosas son una en el fuego”.

Pedro Orgambide recuerda al poeta como “flaco, enjuto, pequeño, nervioso, (...) como Rimbaud desgobernaba sus sentidos”. Y evoca también su constante caminar al borde del peligro, una escena frecuente era verlo colgarse, en los puentes del ferrocarril, de los durmientes mientras el tren pasaba. Para Cúneo era “una sensación maravillosa”.

Alguna vez dedicó un poema a la plaza que eligió para su muerte: “ De pronto nos hemos quedado solos/ y nos hemos encontrado, pecho a pecho/ (...) tú y yo, plaza que estás en la tierra y en el aire/ como la semilla en la fruta./ En esta tierra. En este aire/ que hacen mi soledad...”

Mientras dejo la plaza con los versos resonando llega la voz de un amigo perdido en el tiempo y sorpresivamente real en el abrazo. Un café y la película vuelve a empezar.

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