BIBLIOTECAS

Muchas veces me he preguntado quién fue el primer hombre en poseer una biblioteca en el sentido actual, es decir un ordenamiento de libros con un criterio y destinado a una finalidad. Es un dato velado e irrecuperable de la historia.

¿Qué es una biblioteca? Y más allá de los libros, de los estantes, de los lugares, una biblioteca es un artefacto cultural, un bien simbólico que reúne las preferencias, los saberes y los rechazos u omisiones de quien la posee. Una biblioteca es una placa de rayos x que revela nuestra formación, de dónde venimos, qué somos y hacia qué tendemos como lectores. Si bien es cierto que toda colección hay ausencias notorias y que echamos de menos ya sea porque son ejemplares inhallables o por su precio astronáutico, estos casos no son los más numerosos.

Aunque claro, hay excepciones como las de mi amigo Miky, gran lector, socio de varias bibliotecas, que en su departamento apenas uno podía encontrar dos o tres ejemplares desperdigados. “No tengo biblioteca porque los libros necesarios para formarla no los puedo conseguir y los otros valen demasiado”, argumentaba y los compañeros de estudio, mucho no le creíamos.

Pero dejemos la anécdota para retomar la idea que una biblioteca es una radiografía de su dueño. Entre las preferencias de este amanuense están los/as escritores/as argentinos/as, ocupan tres estantes completos y van desde Álvaro Abós hasta Beatriz Vignoli; hay mucho Blaisten, Borges, Conti, Di Benedetto, Fogwill, Moyano Orgambide, Puig, Rivera, Tizón.
Los latinoamericanos ocupan el segundo lugar en volumen y predilección, van desde Asturias hasta el colombiano Fernando Vallejos. Aquí las ausencias son más notorias, faltan muchos mexicanos, colombianos, chilenos, nada de los bolivianos, salvadoreños. Predominan Monterroso, Vargas Llosa (el de la primera época), Donoso.

Los grandes ausentes en cuanto a cantidad de libros y autores en esta biblioteca son los narradores de lengua inglesa. Por desconocimiento, a veces por el precio de los ejemplares, a veces por las traducciones españolas, son los que tienen poca presencia en los anaqueles. Ni hablar de literaturas que prácticamente ignoramos por estos lares, como la que se produce, excepto Sudáfrica, en el continente africano. También la nueva literatura árabe o la asiática o la eslava son decididamente desconocidas por el mercado editorial y por los potenciales lectores.

Otro aspecto que delata a los lectores es el sitio destinado a la biblioteca. Salvo que vivamos en un monoambiente o algo parecido, el lugar de la biblioteca es un sitio oculto para los visitantes. No al extremo de mi amiga Celia que en su pensión de estudiante tenía una más que poblada biblioteca oculta debajo de la cama. Lo que provocaba las más variadas contorsiones de su cuerpo cuando, con cualquier excusa, sus compañeros la visitábamos para pedirle un libro.

Hay que desconfiar de aquellos estantes con libros demasiado expuestos al público, más si son enciclopedias o están encuadernados; seguramente pocas veces han sido abiertos y cumplen una función decorativa en el hogar del mismo modo que el tarro del lechero que ahora ha sido patinado.

El lugar de la biblioteca es el lugar de la intimidad.

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