DESTRUCCIONES


Una biblioteca es un artefacto cultural, un bien simbólico, un lugar de acumulación y de fundación. Acumulación porque más allá de la cantidad de material, lo acumulado actúa como un verdadero tesauro en el imaginario de la gente que le da a ese acumulado la categoría de saber. Un saber que se hace prestigioso y deseado por las operaciones que lleva adelante el poder o la ideología dominante, y a su vez este poder es legitimado por ese saber.

Qué entra y qué no en una biblioteca ha sido asunto de Estado, porque desde ese reservorio se fundaban ciertas genealogías. Una biblioteca es esencialmente tradición, lo que se ve y lo que se oculta, también lo que se construye.

Es tan fuerte la carga simbólica y los lazos que unen el “saber” de un pueblo, es decir su tradición, con su pretendida identidad, que no ha sido accidental que en las largas luchas de los pueblos por la hegemonía de unos sobre otros a la masacre haya seguido la destrucción de su tradición, representada por la biblioteca.

Entre la multitud de acontecimientos del pasado que han dejado una línea indeleble en el devenir, hay uno que rescato porque hizo a la humanidad menos sabia. ¿Seríamos los mismos si la famosa biblioteca de Alejandría no hubiese sido destruida? ¿Qué tesoros, qué sabiduría acumulada durante miles de años por civilizaciones muy adelantadas en lo científico, en las humanidades se perdieron allí y condicionaron el posterior desarrollo histórico? Nunca lo sabremos con certeza, como tampoco sabremos quién la destruyó, aunque actualmente se piensa que fue una serie de hechos a lo largo del tiempo, primero los romanos, luego fanáticos cristianos y por último los árabes se encargaron de terminar con uno de los patrimonios humanísticos más importantes de todos los tiempos.

Hay una noche aciaga para Latinoamérica y un año funesto entre tantos: 1562. Hay un hombre que se cree poderoso pero es apenas un títere animado por una larga cadena de brazos que cruzan el mar. Un pequeño hombre dominado por el fanatismo. Fray Diego de Landa. Esa noche, ese año y ese hombre son un vértice de fuego. Y en el fuego arden uno tras otro formando tirabuzones de ceniza, los libros de los mayas. Ocho siglos convertidos en llamas. La cosmovisión de un pueblo hecha de literatura, ciencias, cosmogonías, historias desaparece a medida que los largos pliegos de cortezas inscriptos con signos y dibujos se retuercen, en su última resistencia, y son aire caliente hacia la nada. Después de esa noche los mayas estaban más derrotados, el futuro, en parte también.

Pero esos mismos gestos que reflejan el egoísmo que tienen los hombres con otros hombres se repiten en nuestra contemporaneidad. También hay otra fecha ruinosa, el 26 de agosto de 1992 la Biblioteca de Sarajevo, verdadero acervo de la cultura bosnia, fue bombardeada e incendiada por los serbios que no ignoraban su valor. Ni qué hablar de la barbarie cometida por los estadounidenses al bombardear y saquear la biblioteca de Bagdad.

Gestos que nos dejan más pobres, más solos, más inermes como humanos.

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