CONCURSOS

Escribir es un oficio solitario y ese oficio pretende que su producto, la obra literaria, sea conocido por el mayor número de personas. Esa parábola que va desde la soledad a cierta masividad en la mayoría de los casos es incompleta, termina en la soledad o en la lectura generosa de amigos o amigas.

El gran obstáculo es en el mundo editorial, publicar. Pero no en cualquier empresa, publicar en una casa de prestigio que nos asegure la distribución y una difusión decente; algunos hasta han soñado que recibían dinero.

Uno de los atajos hacia la obra impresa suele ser costear de su propio peculio la edición; esto es más fácil cuando se trata de poesía por los costos y la cantidad de páginas, y además por cierto renombre de algunas pequeñas editoriales que han aprovechado el espacio que las multinacionales de la edición dejan, al no publicar libros de poemas, para ganar reputación. La situación es más complicada cuando se trata de novelas o cuentos o ensayos. Aquí el costo suele ser más elevado y las editoriales que se dedican a realizar ediciones pagas por los autores no cuentan con la bendición del campo intelectual. El resultado tanto para la poesía como para la prosa suele ser que el autor o autora termine apilando en el desván de su casa varios cientos de ejemplares.

Uno de los atajos mágicos para llegar al mundo editorial y al público suelen ser los concursos literarios que prometen, en muchos casos, el oro y el moro y que rara vez cumplen. Entre quienes escriben la mayoría ha soñado alguna vez con ganar un concurso literario y a partir de allí la fama y el dinero. Sin embargo esos atajos suelen transformarse en verdaderas trampas.

Hay, por ejemplo, una verdadera “industria de los concursos” organizados por editoriales apenas conocidas o instituciones que muchas veces prestan sus nombres a personas que conocen el negocio de estos certámenes. La metodología presenta dos formas: a los concursantes se les pide dinero antes o después. En el primer caso pretextando gastos internos es necesario enviar junto a las obras en concurso un giro; en el segundo caso se nos anuncia con bombos y platillos que nuestra obra “tiene indudables méritos literarios” y que una obra así no merece quedarse inédita, por lo que se ha resuelto “formar una antología con las obras seleccionadas por su calidad”, acto seguido viene el mangazo.

Después al ver los ejemplares que nos envían nos damos cuenta que la antología está integrada por trescientos, que son más o menos todos los que participaron, y que ahora tenemos en nuestro poder treinta ejemplares de algo que en el fondo no queríamos, que no sabemos qué hacer con ellos y de paso ¡pusimos dinero!

En lo que respecta a los concursos de las grandes editoriales—los únicos que ofrecen dinero, publicidad y cierto prestigio en el mundo intelectual—rara vez son ganados por escritores o escritoras noveles que generalmente no pasan de la preselección. Los premios se los disputan unos pocos conocidos que garantizarán la venta de la obra y buenos beneficios a la editorial.

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