BOHEMIOS ARTÍSTICOS.

París en el 1900
“¡Bohemio yo! ¡Pues no faltaba más! Los bohemios no existen ya sino en las cárceles o en los hospitales [...] En nuestra época, los literatos deben llevar guantes blancos y botas de charol porque el arte es una aristocracia”. Ésa fue la reacción airada de Rubén Darío cuando un amigo suyo en París lo llamó bohemio. Que a Rubén le haya gustado la juerga, los cafés, el alcohol, la noche, los prostíbulos y una vida un tanto desordenada no implica que haya sido un auténtico bohemio.

En su primer viaje a París el poeta sufre el desencanto de la vida bohemia por considerarla ya corrupta por el dinero u otros intereses y quienes quedan militando en sus filas son en el fondo artistas de poco relieve o verdaderos granujas. “Hay que huir de la bohemia, Max”, es la frase que el personaje de nombre Darío le aconseja a Max Estrella (Alejandro Sawa) en “Luces de bohemia”. Hay que huir porque la vida bohemia no es la mejor compañía para hacer arte, y es el arte el verdadero fin del artista.

Años después, en el prólogo a la obra de Alejandro Sawa, Darío nuevamente toma distancia de la bohemia y le reprocha a su amigo que “...Se olvidó, por mirar fijamente lo infinito, de que era un señor de carne y hueso, de que tenía mujer e hija, de que era preciso hacer dinero...para comer, beber y fumar bien, con todo lo cual es indudable que se puede contemplar mejor, y sin ningún peligro, lo infinito...”

Compañero de correrías de Rubén por Guatemala, por París, por Madrid, habitante de las capitales del mundo, Enrique Gómez Carrillo es uno de los grandes cronistas de la Europa finisecular. Se ganó la vida en las redacciones o corresponsalías de innumerables periódicos de América y España. Fue esencialmente un cronista, quizás el que llevó el género a alturas inigualadas, con una vida de leyenda.

Tenía una capacidad de trabajo sorprendente, mirando la voluminosidad de su obra uno se pregunta cómo tuvo tiempo para escribir tanto si jamás faltó a la cita del café, si recorría diferentes lugares de las ciudades para sus crónicas, si se entregaba a los placeres del alcohol y de los amigos en noches interminables, si sus aventuras amorosas (una de ellas, la célebre bailarina y espía Mata Hari) eran casi diarias, si practicaba ejercicios físicos en forma cotidiana, entre ellos la esgrima, si...

Gran parte de lo que pasaba en París o Madrid en la última década del diecinueve y las primeras del veinte está en las crónicas de Gómez Carrillo. Él es un testigo privilegiado del fin de la bohemia, y aunque participó de ese ambiente, siempre tuvo muy en claro sus ambiciones artísticas y mundanas. Su bohemia, si puede llamársele así, era artística. Todos los jóvenes que hacían si viaje de iniciación artística a París, iban al café Cyrano, allí los recibía y orientaba Gómez Carrillo.

Amigo de las grandes figuras literarias francesas o españolas, este “cronista errante”, como muchos lo llamaban, dejó testimonios invalorables de la vida cotidiana y de los personajes de ese tiempo.

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