CONGRESOS ACADÉMICOS II

En la columna anterior estábamos en pleno congreso académico, ¿recuerda?, usted me acompaña y tenemos una ponencia que leeremos cuando nos toque el turno.

Hablando de turnos, viene un señor mayor, lee bien, pausado; pero después de quince minutos advierto su desesperación acompañada de dos o tres cabeceos: el señor mayor va por la cita número cien. Compréndalo las citas dan autoridad a lo dicho, es más serio, más científico, realzan el valor del trabajo, por favor, ni lo dude. Además el “collage” es una técnica noble y pedagógica, no me lo puede negar ¿Que perdió el hilo argumentativo y ya que no sabe qué es lo dicho por el académico y qué por la pléyade de citados? Bueno, también usted, con esas pretensiones; esto más que hilo es una madeja y más que madeja una maraña. No importa, no importa usted haga como que entiende y anote dos o tres frases en la carpetita.

Sí, se está olvidando de algo esencial y se le nota que es novato o novata en esto de los congresos. ¿Para qué cree que los organizadores gastan ingentes esfuerzos en el diseño y la confección de la carpetita que se entrega a los asistentes? Generalmente viene acompañada de una lapicera que rara vez anda, pero con un poco de perseverancia puede que funcione. Usted debe escribir algo, alguna frase para que después pregunte por su sentido y así dar muestras de su atención.

Ni se le ocurra ponerse a rayar las hojas, hacer flechitas, anotar números y otros garabatos, si lo advierte otro asistente lo censurará con flamígera mirada. Tampoco en plena ponencia se le ocurra mirar los folletos de casas de comidas, hoteles que vienen con la dichosa carpetita. Veo que me mira, ya sé, se preguntará qué tienen que ver los hoteles cinco y cuatro estrellas con los desnutridos bolsillos académicos; nada, pero qué quiere es poco académico hacerle publicidad a la pensión “Duermen tres pagan dos” en la que nos encontramos varios de los asistentes.

Terminó, terminó el señor mayor. Presentan al que sigue, es un joven académico de monótono peinado, de monótona vestimenta, de monótona voz y de monótona lectura. Eso sí, ha logrado cual émulo del gran Houdini depositar a los presentes en los umbrales del palacio de Morfeo. Estamos más que hipnotizados, adormilados. Usted da varias cabezadas, me mira desde su nueva fisonomía oriental no ya para decirme que no entendió nada, sino para preguntarme cuándo acaba. ¡Paciencia, ánimo! Queda poco. Reacciona, me tranquilizo, por un momento creí que se dormiría.

Veo que se está preguntando por qué todos leen y nadie expone su trabajo. Por favor, me parece que el sueño le quita lucidez. Esto es académico, serio. Cada palabra de un trabajo ocupa ese lugar y no otro. Equivocar un término supone aflojar un ladrillo en el férreo edificio argumentativo que es cada ponencia.

Terminó, terminó. Lo sabemos porque los más resistentes con sus aplausos despertaron al resto. Ahora nos toca a nosotros, por fin. ¡Oiga!, no me diga que...justo ahora...nos toca, no me haga esto..., despierte, por favor.

Comentarios

Entradas populares