FIN DE FIESTA


El bar del “Gallego” Vicente estaba repleto y en la mesa el “Chino” Zapata y el “Gallego” discutían sobre la última bola que entró de casualidad en su eterno partido de pool. El “Pibe” García apoyaba en su oreja derecha los sonidos de la spika que llegaban de Alemania, mientras se pasaba una mano por los zapatos relucientes. El “Narigón” Rojas daba vueltas frenéticamente el vermouth. El “Lechuzo” Díaz, que ahora lucía una vincha celeste y blanca a la que le había adosado una banderita, jugaba con los carozos de de aceituna.

En otra mesa, el “Petiso” Lisandro repetía su solitario. Había tensión en el ambiente. Me senté y apareció el “Bayo” Rodríguez, el mozo, con las empanadas y mi vermouth. Apenas me vio, se rió y esperé la frase. “Cotejo difícil, la maquinaria teutónica puede ser derrotada con el temple y la audacia criolla”, me dijo y se fue a atender otras mesas.

El partido tiene tan poca emoción que nos pone nerviosos, el “Lechuzo” clama por Aimar y Messi, el “Narigón” se preocupa por el rendimiento de Riquelme, el “Pibe” elogia a Ayala, el “Gallego” se concentra en la mezcla de fernet y vermouth, y el “Chino” discute y defiende a Crespo.

Nervios y más nervios hasta que llega el gol argentino y el bar estalla y estallan también nuestros vasos en el suelo porque en el festejo, el “Pibe” García enganchó con una de sus piernas la mesa y la dio vuelta, allá fueron las empanadas, las salchichitas, la bebida, las papas y los maníes.

La euforia fue tan breve como la luz de estos días de invierno. Se lesionó el arquero y después vino el empate. El “Lechuzo” insulta al técnico por no poner a Messi y en el alargue todos vemos que los alemanes están para el golpe final, pero no, no se lo damos.

Los penales me dan sed, me sirvo dos o tres veces del tinto que reemplazó al aperitivo. El “Chino” se para y decreta que ya perdimos, el “Pibe” se arrodilla y se esconde debajo de la mesa, “prefiero escucharlos, si los veo me puedo infartar, viejo”. El “Narigón” invoca el espíritu del “Goyco” para que se apodere de Franco, pero nada de eso sucede; sí el llanto de Cambiasso y las lágrimas que se contagian de mesa en mesa en el bar.

El “Pibe” asoma de su refugio con la spika muda y hecha trizas; el “Lechuzo” se saca la vincha y la banderita, y lentamente salimos todos. Camino y se palpa la concretidad del silencio. Las calles son de tristeza; “pucha”, digo, nos habíamos ilusionado tanto... ¡Qué cosa rara este juego! En un país atravesado históricamente por las dicotomías es el único puente que nos permite juntarnos a todos tras una misma pasión, una misma esperanza. La piedra de la ilusión ha rodado montaña abajo, como Sísifos volveremos a empujarla cuesta arriba, hacia lo más alto dentro de cuatro años; aunque sería fantástico que el esfuerzo, la ilusión y la esperanza prescindiera de un mundial de fútbol.




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