CINCO AÑOS

El nueve de octubre de 2001 comenzaba lo que sería para este amanuense una verdadera aventura: escribir todas las semanas una columna que girara en torno a la literatura y la lengua. Han pasado cinco años, cerca de doscientas notas de calidad dispar, innumerables carreras para presentar el texto a tiempo, la lucha contra las quinientas palabras que debe contener la columna que estás leyendo, la búsqueda de datos en la red, en la biblioteca personal, la relectura de autores, la satisfacción por un escrito bien logrado, la bronca por una frase mal construida, una errata, un dato erróneo o un texto que no termina de cuajar. Eso y mucho más a lo largo de este lustro.

Los textos nacieron con un propósito pedagógico: acercar a los lectores del diario al mundo de las letras, por eso la gran cantidad de anécdotas de escritores, la mención constante de los títulos de las obras, el rescate de algún escritor injustamente olvidado, o bien, el punto de vista personal sobre un tema determinado de la cultura.

Muchas de las columnas señalan la preocupación por no hacer del ámbito literario un ámbito de cenáculo al que acceden algunos “elegidos”, de allí el énfasis puesto en la relación de otros campos con la literatura; esta relación se articuló en series que hablaban de alcohol, fútbol, cafés, viajes y libros.

Uno de los inconvenientes en los días previos a la escritura de aquella primera columna llamada “escritura=espermatozoides”, fue sin dudas, el nombre que la caracterizaría. Luego de barajar algunos, de desechar otros, me incliné por PALIMPSESTOS, a sabiendas que era un nombre nada fácil de pronunciar (sospecha que se vio confirmada cuando muchos lo deformaron en “palimpesto”) y poco atractivo para los lectores. Sin embargo era y es—creo—el nombre justo para mi concepción de escritura y lectura.

Curiosamente, la pregunta obligada durante mucho tiempo fue qué significaba el título, lo expliqué varias veces, hasta que al final opté por redactar una columna completa dedicada al misterioso nombre.

No sé si estos textos tendrán otros cinco años más de vida; pero sí sé que durante este tiempo he tenido el placer de encontrarme, personalmente o por correo electrónico, con generosos/as lectores/as. Gente que me cuenta que tiene recortada alguna columna en especial y la guarda entre sus papeles íntimos, otros aseveran punto por punto lo dicho de un autor, otros polemizan algunos de los juicios voluntariamente provocativos. Por ciertas referencias muchos/as lectores/as son de la zona; otros, gracias a internet, llegan desde lugares tan dispares y de fantasía como Sri Lanka o Tánger.

Que una línea sea recordada por un/a lector/a, o que un título o un nombre sea el hilo de Ariadna en el laberinto de los libros, y conduzca a una persona lejana y desconocida a descubrir un autor, un texto que formará desde ese momento parte de su vida, es premio más que suficiente para quien esto escribe; y me lleva a pensar que el propósito con que nacieron y se escriben las columnas está cumplido.

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