SABORES QUIJOTESCOS

Y en esta recorrida por los sabores que se sazonan en la literatura a lo largo del tiempo, llegamos al Quijote, es decir trasponemos las puertas del siglo XVI al XVII y nos encontramos con una multiplicidad de comidas en sus páginas que denotan los distintos estratos sociales y geográficos que aparecen en la novela.

Sabido es que Cervantes, ya sea por su oficio de soldado, ya sea por sus continuas mudanzas siempre cerca de la Corte con el objetivo de ser reconocido y de una vez por todas salir de pobre, o bien por su empleo de alcabalero y comisario de provisiones para la Corona, conocía muy bien la geografía española. Este hombre que se adentraba en pueblos y ciudades, que recalaba en posadas desde cuyas camas y a través de los techos se divisaban las estrellas, que yantaba la escueta vianda del soldado o compartía junto al fuego las provisiones de los pastores, incorpora toda esa vivencia transpuesta, eso sí, bajo los mantos de la ficción, a su novela.

Según los estudiosos que han inventariado la suma de comidas que aparecen en el Quijote la cifra llega a las casi ciento sesenta. Se destacan en ese variopinto panorama las comidas propias de la región castellana. La obsesión por la comida se manifiesta en Sancho Panza y es otro elemento de contraste con respecto a don Quijote, quien las más veces hace ayuno y penitencia en honor de su amada.

La comida en el comienzo de la novela es un elemento caracterizador de las costumbres y del estrato social del protagonista, un hidalgo de muy escasos recursos: "...Una olla de algo más vaca que carnero (la carne de vaca era más barata), salpicón las más noches (comida fiambre hecha con los restos del almuerzo), duelos y quebrantos los sábados (es posible que sean huevos con tocino y chorizos), lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda...". Vemos cómo esas simples comidas le llevaban gran parte de su dinero.

En su primera salida y antes de ser armado paródicamente caballero, don Quijote cabalga demasiado y siente hambre, descubre una venta que el cree castillo y allí le dan de comer justo un viernes (en la época ese día no se consumía carne roja) “...un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela”. No debemos pensar que este pescado era fresco, sino que llegaba en lonjas saladas debido a la distancia de Castilla con respecto al mar. El narrador lo presenta poco apetitoso al plato ya que dice que el pescado estaba mal remojado y peor cocido, pero esto no le importó al apetito de don Quijote.

Lorenzo Díaz, un estudioso de las comidas en la novela, dice que la cocina del Quijote “se nutre de despensa y forma de vida de una economía de subsistencia”. Es cierto, rara vez la cocina en la novela aparece como refinada y opulenta, salvo en las bodas de Camacho. Pero ese ya es tema de la próxima columna.

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