SABORES MEDIEVALES

En el vasto y misterioso mundo medieval aparecen múltiples noticias entre comidas y literatura. Algunas costumbres se incorporan y se quedan definitivamente, como es sentar en la misma mesa a mujeres y hombres, refiere la historia que fue el emperador Carlomagno quien fue el primero que lo consintió; desde Venecia nos llega lentamente el uso del tenedor, tenido en un principio por exótico o como un rasgo de afeminamiento.

De ese mundo medieval nos limitaremos a la literatura castellana en general y dejaremos de lado obras europeas importantes que dan cuenta de las relaciones entre sabores y letras.
Por distintas crónicas sabemos que en España durante el reinado de Alfonso X, el Sabio, en Castilla, y de Jaime I, en la Corona de Aragón, todavía se acostumbraba que las damas comieran separadas de los varones.

En el “Poema de Mío Cid”, el único cantar de gesta español que nos ha llegado casi completo hay constantes referencias a la comida, como por ejemplo cuando el Conde de Barcelona se niega a comer y luego de tres días el juglar nos informa de la desesperación del Conde en terminar su plato. También hay en este texto innumerables referencias al pan.

En el “Libro de Apolonio” (segunda mitad del siglo XIII) del que se conservan alrededor de dos mil versos, aparece cierto ideal de vida resumido en el siguiente pasaje: “Fumeyaban las casas, fazian grandes cocinas,/traién gran abundancia de carnes montesinas,/de tocinos e de vacas, recientes e cecinas;/ non costaban dineros capones e gallinas”.

Según “El libro de Buen Amor”, compuesto por el Arcipreste de Hita (s. XIV), las comidas eran cinco: almuerzo a la mañana, yantar al mediodía, merienda a la tarde, cena al anochecer y zahorar por la noche, era una especie de refuerzo de la cena. Todavía en algunas regiones españolas esta palabra es sinónimo de grandes banquetes con amigos.

En este libro es célebre el pasaje y la disputa entre Don Carnal y Doña Cuaresma en el tiempo de Pascua. Cada uno de los contendientes tiene su ejército, aquí algunos de los soldados de Don Carnal: “...gansos, buenos tocinos, costillares de carnero,/ piernas de cerdo fresco, los jamones enteros;/ (...) Grandes trozos de vaca, lechones y cabritos,/ (...) hermosos faisanes...” la enumeración sigue y nos permite saber la multitud de platos que se comían en la época.

Del lado de Doña Cuaresma tenemos: “...los pescados más grandes tomaron la delantera/ los verdeles y jibias guardan la costanera./ (...) De Valencia venían las delgadas anguilas/ ... y las truchas de Alberche le daban en las mejillas./ El atún se mostraba bravo como un león/... del río Henares también venían los camarones...”. Teniendo en cuenta que el autor era un hombre de la Iglesia, como es lógico suponer esta batalla la gana Doña Cuaresma y sus aliados del mar.

El Arcipreste de Talavera ofrece en sus textos una muestra de diversas confituras como violado de confites, alfeñique, hidromiel...

Como siempre la literatura es el lugar de la concentración, de la intensidad; estos platos raramente estaban a disposición del pueblo, eran los nobles y los clérigos quienes gozaban de ellos.

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