IMÁGENES


La imagen se repite una y otra vez, Saddam es conducido por sus verdugos hacia el patíbulo y luego comienzan los preparativos para ejecutarlo, hasta allí llega el video oficial, proyectado hasta el cansancio por todas las estaciones de televisión. Pero eso no bastó, a las pocas horas circulaba por internet otro, tomado según las autoridades en forma “clandestina” que mostraba el momento mismo de la ejecución, el cuerpo de Hussein se pierde en el abismo con la soga anclada en su cuello. La televisión inmediatamente lo difundió.

Las imágenes en sí son terribles, independientemente de quien sea el protagonista de ellas, reflejan en el espacio de segundos uno de los verdaderos misterios de nuestra existencia: el tránsito de la vida a la muerte. Uno se pregunta si esta manía repetitiva tiene que ver con el interés que despierta la figura del dictador iraquí; quizás en parte sí, pero en una porción mayor tiene que ver más con el espectáculo de una ejecución, con nuestro voraz apetito por la novedad icónica.

Uno podría pensar en los noticieros televisivos como un verdadero collage de imágenes, son en sí mismos un espectáculo más, y dentro de su formato todo está descontextualizado, todo está banalizado. Las circunstancias de la recepción también contribuyen a desdramatizar la imagen. Estamos comiendo y mientras elogiamos el matambre, Saddam cae al vacío, o por ahí charlando con amigos o dormitando en un sillón. Es que más allá del primer impacto, después es una imagen más entre millones.

Asistimos así a la trivialización de hechos escalofriantes en un espiral en el que los medios y los espectadores nos condicionamos mutuamente. Más rápido, más variado, más impactante parece ser el lema de esta sociedad. En ese desenvolvimiento del espiral uno se pregunta cuál es el límite. ¿Hasta dónde llegaremos? Unos días atrás en un canal de noticias, la cámara se regodeaba con un primer plano de un joven ahorcado, mientras una mosca le daba mayor verosimilitud al cuadro desplazándose por su nariz. ¿Qué más seguirá dentro de unos años?

Quizás lo que algunos medios masivos han despertado en nosotros es una mayor cuota del morbo que todos llevamos dentro. No pretendo adentrarme en consideraciones sicológicas, simplemente poner el acento en estas conductas un tanto morbosas que afloran con mayor ahínco en la era de la imagen. De las muchas definiciones de morbo del diccionario de la RAE, selecciono dos para ilustrar lo dicho hasta el momento, como “interés malsano por personas o cosas”, y como “atracción hacia acontecimientos desagradables”.

Hace ya muchos años, una de las revistas más vendidas del país era “Así”; esta publicación que abrevaba en casos policiales, se caracterizaba por la brutalidad de sus imágenes: cuerpos mutilados, descompuestos, violentados, etc. “Así” mostraba lo que en ese momento la pacata televisión no podía mostrar; sin embargo hoy no podría competir con la pantalla chica.

En este contexto ya no es posible argüir aquello de “una imagen vale más que mil palabras”, hay que buscar urgente palabras y criterio para que en el tren vertiginoso de imágenes no todas vayan en el mismo vagón.


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