CELULARES

Si hay algo que marca en cuanto a las costumbres y su relación con la tecnología los primeros años de este siglo, esto es, a no dudarlo, el uso del teléfono celular o móvil. Ni los más encumbrados gurúes de la informática predijeron el extraordinario crecimiento demográfico de este aparatito que ya es una especie de apéndice exterior de nuestro cuerpo. Todos apostaban hace unos años a la computadora casi de bolsillo, y sin embargo el teléfono por su versatilidad la está condenando lentamente a su retiro.

Y si de retiro hablamos, ¿cuántos años le quedan a la telefonía fija? A este ritmo, no muchos, y aquellas empresas que no se adapten al fenómeno de la telefonía móvil van camino del precipicio. Además, cada vez será más barato hablar con el uso de nuevas tecnologías, lo que antes costaba fortunas poder comunicarse con algún ser querido de otro continente, hoy mediante mensajeros instantáneos, una conexión a internet y una camarita nos sale unos pocos pesos y sin límite de tiempo.

Pero dejemos de lado estas predicciones informáticas y volvamos al tema de los celulares, ya que es un tema que nos interesa porque tiene que ver con el cambio de nuestras costumbres, de nuestra manera de relacionarnos, de nuevas variables culturales. Habíamos dicho hace un tiempo que la tecnología no es en sí un demonio o un ángel; estas son valorizaciones que surgen de nuestros prejuicios o expectativas.

Desde el ámbito escolar y ante la masividad del uso del celular (en una escuela de un sector obrero pregunté quién no tenía teléfono, sólo dos chicos de casi una treintena no poseían el dichoso teléfono) la escuela debe enseñar que el código de mensajes telefónico es un código exclusivo de ese medio, mientras que el código escrito es el que nos permite desenvolvernos en la sociedad. Porque si no dentro de unos años se le achacará al celular la mala escritura de los chicos y chicas y no a la desidia institucional.

La medida de lo prestigioso en estos adelantos tecnológicos ha cambiado; si antes la ostentación iba de la mano con el grandor de la casa, el auto; ahora lo prestigioso tiene que ver con lo minúsculo: mientras más pequeño sea el aparatejo más caro y más deseado será, mientras más funciones concentre, mayor éxtasis entre los usuarios.

Y más allá de las ventajas del teléfono portátil, hay algunas conductas asociadas al mismo que son algo irritantes. El riesgo que supone conducir y hablar por teléfono, la falta de educación de aquellos que van a una conferencia, un espectáculo, una ceremonia y lo dejan encendido. Los que a cada momento interrumpen tu conversación para mandar mensajes o atender una llamada.

Transcribo a continuación un corrosivo poema titulado “On liberty, 1996” de Jorge Riechmann, poeta español contemporáneo: “No lleva un libro, pero lleva un teléfono inalámbrico./ No lleva pan, pero lleva un teléfono inalámbrico./No lleva un hijo, pero lleva un teléfono inalámbrico./No lleva culpa, pero lleva un teléfono inalámbrico./No lleva un amor, que lleva un teléfono inalámbrico./No lleva nada y lleva un teléfono inalámbrico.”

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