PLAGIOS

Es curioso: en algunos aspectos la era de la informática nos devuelve hoy a la Edad Media. Ya sabemos los cambios que la electrónica introduce en nuestras vidas y sospechamos que su horizonte será inmenso en el futuro, todo esto lleva forzosamente a cambios de conductas, de hábitos y de a poco a un cambio en las mentalidades.

La propiedad intelectual, las marcas registradas son producto de la Modernidad, hijas de la Revolución Industrial y un pilar del capitalismo. En ese siglo XIX que ha moldeado a fuego los siglos posteriores, el Romanticismo introduce en el ámbito del arte un concepto esencial en el campo de la cultura: la originalidad. La obra debe ser novedosa, única y la originalidad funciona como un criterio de valoración muy fuerte.

En el ámbito de la escritura esto andaba bastante bien hasta la llegada de internet. En pocos años y fruto del inmenso crecimiento de la red tenemos acceso a millones de textos que por obra y gracia del “corte y pegue” los incorporamos a nuestra escritura ya no como mera cita, sino como parte del texto. Es una práctica bastante extendida entre estudiantes y que obliga a profesores a realizar trabajos mucho más pautados.

Si bien ese fue el primer círculo de detección, esta conducta se ha ido ampliando y sofisticando cada vez más. Aparece en diferentes ámbitos como el académico, el periodístico, el editorial, etc. Este procedimiento se llama plagio, según el DRAE significa: “Copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”.

Desde hace un tiempo, nos hemos enterado de varios escándalos motivados por el plagio. No hace mucho el mundo editorial se conmocionó cuando se comprobó que un exitoso siquiatra, famoso por sus libros de cuentos “terapéuticos” y programas de televisión, había copiado nada más ni nada menos que alrededor de treinta páginas de un libro de una académica española. En diciembre, creo, en la feroz interna de la Biblioteca Nacional, uno de sus funcionarios copió en su argumentación parte de un informe de una biblioteca de España. Ahora quien soporta el escarnio es el último ganador del premio literario “La Nación” al que se lo acusa de plagiar varias páginas de otro libro.

Me parece que esto es la punta del iceberg, y que en la mayoría de los casos se hace porque la copiosidad textual es tanta que encontrar un plagio es encontrar una aguja en el pajar. Quizás en el transcurso del día hayamos leído páginas enteras que han sido calcadas de otras y que jamás nos enteraremos. Sin querer, se están minando las categorías de autor y de originalidad tan apreciadas en la Modernidad.

Es aquí donde hay cierto punto de contacto con la Edad Media, porque en esa época esas nociones eran extrañas. Imitar, plagiar, alterar textos se revelaban como procedimientos habituales y de prestigio.

Es posible que estemos marchando hacia una crisis de los conceptos de autor, originalidad, propiedad intelectual y que nos encaminemos hacia una nueva manera de construir y pensar ( y también leer) los textos. Es más, nada garantiza que lo que estás leyendo no sea también un plagio.

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