¡Qué aburrido!

“Vamos, mami, esto es aburrido”, protestaba una niñita en una función de títeres, la miré y me compadecí de la niña; si a esa edad el virus del aburrimiento ha ingresado en su cuerpo, trabajo costará a lo largo de su vida extirparlo. Es increíble pero cuanto más cosas tenemos que llaman nuestra atención, más aburridos hay.

Uno puede preguntarse a qué se debe. La concepción del mundo como entretenimiento promovida por la industria de la imagen y los medios tecnológicos más avanzados nos ha hecho dependientes de la diversión. Una diversión que pone en juego muy poco de nosotros, dado que nos cuenta como espectadores con escasa o nula participación.

Ya no nos conforma atosigarnos con cinco o seis horas de televisión por día, sino que cada vez con más frecuencia seguir un programa único ya es aburrido, así vemos dos o tres al mismo tiempo, o nos pasamos horas envueltos en un calidoscopio de imágenes que nos lleva a recorrer cien canales y la conclusión: “no hay nada para ver”.

Esto trae algunas consecuencias preocupantes en muchos de los jóvenes y no tanto, para quienes todo debe ser divertido y a todas horas. Ya no basta que el celular nos permita contactarnos a cada momento, sino que también está diseñado para que no lo soltemos nunca; los huecos que quedan entre comunicaciones se rellenan con jueguitos...y tragedia si nos quedamos sin batería, qué aburrido.

Así también se le pide a la escuela, una institución de otro tiempo, que sea divertida, algo imposible, porque el trabajo de la escuela es procurar el esfuerzo de los alumnos, y todo esfuerzo puede ser interesante, a veces entretenido pero muy pocas veces divertido.

Es decir, depositamos en la exterioridad y en nuestra pasividad el eje de la diversión, si no me divierten me aburro, no hay estado intermedio, y lo que es más grave desde esta concepción es que el mundo cotidiano, el único que realmente cuenta—ya que en él nos desenvolvemos--, se difumina, se vuelve borroso, poco interesante, sin matices. Nos perdemos el verdadero espectáculo y en éste sí que no hay repeticiones.

Desde esa mentalidad, la lectura, principalmente, la de ficción tiene poco lugar. Porque leer es un acto complejo que supone una actitud activa y creadora y quien no tenga esta actitud no podrá acceder nunca al universo maravilloso de la literatura. Y la literatura nos enseña a mirar, a tomar conciencia de la complejidad del mundo que nos rodea. Nunca escuché a los buenos lectores de ficción quejarse de aburrimiento.

Pero dejando de lado mi pasión por lo literario, he visto en aquellas personas que tienen en su vida una actitud activa y creadora, vigilante y alerta ante la cotidianeidad, una riqueza vital y una sabiduría que nada tiene que ver con la aridez del aburrimiento.

A veces cuando pasamos por pequeños pueblitos pensamos “qué aburrido debe ser vivir aquí”. Sin embargo, allí viven personas y donde hay personas relacionándose entre sí hay sueños, pasiones, esperanzas, intrigas, odios y amores. Un mundo humano por demás interesante, el mismo del que formamos parte nosotros.

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