MUJERES Y ESCRITURA II



Te hablé en la columna anterior de la consideración de la mujer en las teologías griega y bíblica, en ambas aparece la idea de culpabilidad, responsable de los males; después otra idea que se desprende de la antigüedad clásica es su rol pasivo, secundario y dependiente en la sociedad. Con este armazón ideológico (una verdadera cárcel) es muy difícil que cualquier mujer escritora escapara por alguna hendija y si pocas lo hicieron no contaron que la posteridad estaba administrada por varones.
Pero…(la historia está inundada de peros) en un lugar periférico de Grecia, lejos de Atenas, de Esparta, en unas pequeñitas islas de Asia Menor se produjo una revolución cuyos efectos llegan hasta tu puerta. Sí, porque en Jonia unos hombres y una mujer develaron el “yo” en la escritura. Si los géneros poéticos y literarios consagrados cantaban o mostraban a los hombres en la sociedad, en las batallas, en los triunfos olímpicos, en sus dimes y diretes con los dioses; en Jonia la revolución no fue exterior, no se hizo conquistando territorios o derrocando al poderoso de turno, fue ni más ni menos que adentrarse en el territorio de la intimidad, en la profundidad del yo para dar cuenta de una experiencia única hecha escritura: la poesía lírica.
Cerca del 600 a. C. nació en una ciudad, Mitilene, de la isla de Lesbos, una mujer llamada Safo, ella es la primera gran voz femenina de la historia literaria occidental. Sus poemas melancólicos y de exquisita sensibilidad no se parecen en nada a todo lo que se escribía y se escribirá en Grecia por muchos siglos. Poesía extremadamente delicada y femenina, de sutiles matices eróticos, de colores brillantes, de mil flores, de quejas nostálgicas, de amores perdidos, de fiestas lunares. Un fragmento de bello poema sobre los celos en el que una muchacha le habla y sonríe a un hombre mientras la voz femenina del poema dice: …el corazón en el pecho me arrebata;/ apenas te miro y entonces no puedo/ decir ya palabra./ Al punto se me espesa la lengua/ y de pronto un sutil fuego me corre/ bajo la piel, por mis ojos nada veo,/ los oídos me zumban,/ me invade un frío sudor y toda entera/ me estremezco, más que la hierba pálida/ estoy, y apenas distante de la muerte/ me siento, infeliz”. Aquí un breve poema que muestra la vigencia y contemporaneidad de Safo: “Ya se ocultó la luna/ y las Pléyades. Promedia/ la noche. Pasa la hora./ Y yo duermo sola”.  Pero el inacallable talento de Safo sufrió durante siglos la mordaza de los prejuicios sexuales, ya que muchos de sus poemas eróticos, amatorios están dirigidos a mujeres; esto hizo que se conocieran pequeños fragmentos de sus poemas en los que no había indicios de ese amor “antinatural”, como decían ciertos rancios críticos españoles de hace más de un siglo.
Después de ella, la casi oscuridad. Hay testimonios de Eumetis, hija de uno de los siete sabios de Grecia que escribía enigmas en hexámetros, se menciona también a Erina de Telos (s. IV. a.C) quién escribió un poema—hoy  perdido—sobre la muerte de Baucis, su amiga de la infancia. También Hiparquía (s. II. a.C) una de las primeras filósofas cínicas de quien no se conservan escritos, sí la mención de una respuesta suya al planteamiento varonil sobre el porqué no se dedicaba a las labores femeninas: "¿Crees que he hecho mal en consagrar al estudio el tiempo que, por mi sexo, debería haber perdido como tejedora?".
Roma es un mundo hecho de siglos y distancias. Hacia él vamos a la búsqueda de mujeres que escriban.

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