POESÍA ORAL II
La tradición poética oral de los pueblos es numerosísima en todos los continentes. Pongo por caso la tradición árabe, ilustre por habernos dado gran parte de la literatura didáctica como la fábula, el ejemplo, y toda una serie de cuentos tradicionales que llegaron a Occidente a través de la invasión árabe a España y su larga estadía en la península Ibérica.

La poesía pre-islámica árabe nace en una cultura primordialmente oral, para la que los valores sonoros de la palabra guardan una estrecha relación con los contenidos emocionales. Como el rapsoda griego, el poeta pre-islámico describe cosas y circunstancias que los oyentes conocen de antemano: las acciones de un héroe individual y colectivo, y junto con ellas la vida cotidiana de una comunidad. Por esta razón, lo que se dice importa menos que la amplitud de registros empleada en el decir.

Luego la poesía islámica oral influye notablemente en las primeras composiciones orales españolas. La casida, el zéjel, la mohaxaja, son poemas árabes que si bien hay testimonios escritos, la difusión era mayoritariamente en oral.

El folclore oriental es variado y está en el origen de la mayoría de las literaturas nacionales europeas. Son de importancia las narraciones hindúes, la poesía japonesa y china con su brevedad casi epigramática.

También las tradiciones poéticas orales están presentes en los pueblos originarios de América. La riqueza de ese arcón poético fue devastada con la llegada de los conquistadores y el celoso cuidado de las letras profanas por parte de la mayoría de las órdenes religiosas.

Parte de la tradición oral de la conquista aún pervive en muchos países, adaptada al contexto e influida en mayor o menor grado por la cultura indígena. Una prueba de este rico pasado son las composiciones orales del norte argentino. De ellas se destaca la copla, ese poemilla de cuatro versos utilizado para resaltar las bondades de una dama, como dardo punzante contra alguien, de amor, cómicas, patrióticas y hasta políticas.

"El cancionero popular de Salta" de Juan Alfonso Carrizo es una obra central que recoge el folclore poético de esa región del país, y como siempre no resisto de citar algunas coplas en donde el ingenio y el sentido musical hacen gala en esos anónimos poetas.


Los impulsos de cierto caballero un tanto entrado en años son frenados por esta copla de la dama: "Déjese de andar paviando,/ y guarde su pretensión,/ cabeza de burro viejo,/orejas de mancarrón". Diferente el tono y la intención tiene esta copla: "A las doce del día/ vi dos luceros;/ no te extrañes, pues eran/ tus ojos negros". Para terminar una referida a una tradicional fiesta norteña: "El carnaval ya se ha muerto/comiendo bollo caliente,/y unos corderitos gordos,/que le ha dado su pariente".

La copla sigue vigente en las improvisaciones de los cantores folclóricos que interrumpen su canto al grito de "aro, aro, aro" y allí recitan una copla, casi siempre de tono festivo.

Inventariar la poesía oral es tarea cíclopea, algunos pantallazos de su enorme y --en la mayoría de los casos-- callada vigencia ha sido el propósito de estas columnas.

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