ESCRITORES BORRACHOS

“No escribas bajo los efectos de la droga y el alcohol, la lucidez es esencial en un escritor”, es cierto el consejo del húngaro S. Vincenzey. Es cierto como normativa general, pero todos sabemos que la validez general tiene numerosas excepciones. Sin estas desviaciones sería imposible explicar algunas obras realizadas en medio del sopor etílico o de la extraña lucidez de algunas drogas. Sería imposible, por ejemplo, ‘Bajo el volcán”, escrito por el campeón de los escritores borrachos, Malcolm Lowry.

La alquimia escritura-alcohol funciona en la mayoría de los casos en forma negativa; sin embargo son muchos los ejemplos en los que esa sociedad rinde frutos impensados.

Es que el arte cuando es plenamente arte, y esto también vale para la literatura, está hecho de violaciones a las reglas establecidas o del sentido común. Algunos escritores o escritoras hacen patente con sus arbitrarias e inusitadas conductas el misterio de la creación.

Buen ejemplo de ello son Juan Carlos Onetti y Juan Rulfo, dos narradores imprescindibles en la literatura hispanoamericana. dos narradores en los que se mezclan por igual la tinta y la bebida.

Juan Carlos Onetti, el uruguayo, autor de uno de los territorios imaginarios más famosos de la literatura latinoamericana, Santa María, (el otro es Macondo, por supuesto), era un ferviente bebedor. Hombre de la noche porteña y montevideana, frecuentaba las tertulias literarias con la misma asiduidad que los cabarets. Con el tiempo los hábitos cambiaron y sólo quedó la reunión con los amigos en algún bar de donde salía ‘caminando muy durito, con falsa dignidad por la vereda. Lo que ha tomado Onetti no se puede saber confesó uno de sus amigos.

La leyenda del hombre solitario, taciturno, parco, fumador, bebedor y escritor genial creció a lo largo de décadas en ambas orillas del Río de la Plata. Onetti a medida que envejece se vuelve más retraído, cada vez más a la intemperie de la angustia, cada vez más busca abrigo en la botella y en la escritura. En su casa sólo existía el dormitorio, allí acostado escribía, leía, fumaba y bebía. Cuenta el escritor Eduardo Galeano que junto a su cama tenía un alambique dotado un sistema de tubos y serpentinas que le permitían sin el menor esfuerzo beber vino, casi siempre tinto y casi siempre ordinario.

De sus curiosos encuentros con otro Juan, y también alcohólico, el mexicano Rulfo, Onetti cuenta la siguiente anécdota: “cuando me encuentro con él, generalmente en los congresos, nos preguntamos ‘¿qué tal estás tú, Juan’, y el me dice ‘¿qué tal estás tú, Juan?’ , y él se sienta con su gaseosa y yo con el whisky y nos pasamos horas sin decirnos nada.”

Y ya que lo mencionamos, Juan Rulfo, el autor de “Pedro Páramo”, fue otro de los visitantes del universo alcohólico que lentamente se convirtió en un verdadero descenso a los infiernos. Llegó a beber tanto que muchas veces lo encontraron durmiendo desnudo en las calles; ya que su estado de inconsciencia era tal que no se daba cuenta que le robaban, mientras dormía, toda su ropa.

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