PALABRAS Y ALCOHOL

Nunca me cansaré de admirar a los griegos. En el fondo no sé si ellos descubrieron todas las claves del alma humana o bien nos condicionaron la mirada de tal manera que ahora sólo vemos, en la cultura occidental, en el hombre aquello que ellos ya habían mostrado.

Hay un dios, Dioniso, que está en los orígenes del culto griego. A él se dedicaban las dionisíacas en Atenas, unas fiestas muy semejantes al carnaval más zafado, en ellas durante seis días el descontrol, los disfraces, las bromas y el alcohol reinaban por doquier. Dionisos era el dios del vino, bebida que los griegos siempre tomaron mezclada con agua. Estas fiestas, según los estudiosos, son el antecedente del teatro, más precisamente la comedia y la tragedia griega.

Los griegos, conocedores como pocos del hombre, y quienes habían erigido al pensamiento racional como lo propio y distintivo de los humanos, tenían una fiesta en la que por varios días el desenfreno, la irracionalidad, el éxtasis y el alcohol estaban sacralizados. Ya lo había dicho Heráclito, uno de sus primeros filósofos, los extremos se tocan.

Aún hoy en algunas culturas andinas lo religioso está unido a la danza y ésta tiene un componente místico unido a los alucinógenos, pero sobre todo al alcohol. Es que este tipo de sustancias liberan fuerzas dormidas en lo recóndito de nuestro ser. Nos hacen experimentar otro estado de consciencia, quizás más proclive a la comunicación con la divinidad.

La historia de la literatura está poblada de casos menos místicos y más terrenos. Los escritores o escritoras siempre son bichos raros que acarrean, como muchos de sus semejantes, diversas taras que hacen que su oficio se vuelva una vía de escape, de consuelo, de búsqueda que no siempre termina por salvarlos.

Así están los escritores maratonistas como Vargas Llosa o García Márquez que todos los días escriben, hay otros que sólo por periodos porque les resulta tortuosa la escritura, el chileno José Donoso, terminaba una novela y debía internarse en un centro de salud. Hay algunos que rechazan toda norma social como Rimbaud; hay otros que cargan tras de sí las drogas y el alcohol.

"Huyendo del mal,/ de improviso, se entra en el mal/ por la puerta del paraíso artificial". Estos versos pertenecen a Rubén Darío, el padre del movimiento modernista en América. Darío bebió durante toda su vida, además de consumir opio y otras yerbas, pero fue una vida de excesos varios y las secuelas del alcohol las que lo llevaron prematuramente a la muerte.

Una anécdota triste sucedió cuando en uno de sus regresos a Nicaragua, siendo ya reconocido en todo el continente, un grupo de personas lo emborracha hasta tal punto que luego lo casan con la hermana de uno de los parranderos; Darío casi no se entera de esto y cuando recobra la lucidez descubre que tiene esposa y varios nuevos parientes dispuestos a vivir de su fama y de su renta.

El alcohol como celebración se torna en muchos casos celebración de la destrucción, tema presente en muchas páginas de la mejor literatura.

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