EL BIG BANG



Hubo un día, un lugar en el que la poesía, tal como la conocemos hoy, tuvo su big bang. Fue en unas islas orientales de Grecia, en una ciudad llamada Mitilene, hacia el año 600 a. C. Allí, apareció—quizás por primera vez—el “yo” como criatura textual, el “yo poético” como marca distintiva, única, intransferible y sólo comunicable mediante la escritura. Atrás quedan las voces multiformes y divinas de la épica, atrás quedan las voces que cantan en nombre de una colectividad en la elegía, atrás queda Arquíloco, una voz individual apenas desprendida de la voz coral de su tiempo.

Pero ahora es distinto, hay cosas tan profundas y delicadas y sutiles que decir, que ya no hace falta la turba bulliciosa, la celebración estentórea; sólo un puñado de amigos, la lira, la cítara, a veces la flauta y la voz del poeta que dice las cosas cotidianas que nos suceden a los humanos. Así nació el estallido primigenio que se expandió como una onda en el agua y cuyas vibraciones llegan a la poesía actual.

Nació de una doble vertiente, como no podía ser de otra manera, nació varón y nació mujer.

Alceo (hacia el 620 a.C.) pertenecía a una familia aristocrática y tuvo una agitada vida política. Sus versos, no exentos de rusticidad, testimonian sus odios, sus pasiones, pero también dejan tiempo para la reflexión y el canto de las cosas sencillas. Aquí algunos de los fragmentos celebratorios del vino. “El vino, pues, es el espejo del hombre”; la virtud del vino, según Alceo es: “El vino, querido amigo, es también la verdad”. En un fragmento expresa su admiración por su conciudadana y poeta: ¡Coronada de violetas, sonrisa de miel, santa Safo!”

Safo (hacia el 612 a.C.) pertenecía a una familia de la aristocracia de Mitilene. La poesía de Safo es intimista, melancólica y de una exquisita sensibilidad. El amor es el tema predominante en los fragmentos, el amor a sus muchachas; esto que no era objeto de censura en su época, sí lo fue en diversos momentos de la historia y dio origen al término “lesbianismo”, por ser la poeta originaria de la isla de Lesbos.

Recorramos algunos de sus versos: “Viniste, hiciste bien, te anhelaba a mi lado,/ a ti, que enfriaste mi corazón ardiente de deseo”. Este pequeño poema muestra su talento sin igual: “Ya se ocultó la luna/ y las Pléyades. Promedia/ la noche. Pasa la hora./ Y yo duermo sola”. La llegada del amor se le hace irresistible: “Amor me sacudió el alma/ como un viento que en el monte/ sobre los árboles cae”.

Anacreonte, nacido en Teos (hacia el 530 a.C.) es el último integrante de la tríada selecta. Poeta que canta los gozos de la vida y sobre todo el paso del tiempo. Son frecuentes los fragmentos donde la juventud rechaza el amor de la vejez: “Eros, que al ver que mi barba encanece,/ entre brisas de sus alas de reflejos de oro/ me pasa de largo volando”.

Voces que suenan tan cercanas, voces de un tiempo en el que la poesía se amoldó a la estatura de los hombres.

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