MÚSICA Y ROMANCES


En esta vertiginosa recorrida por el maridaje de música y poesía hay hiatos importantes, verdaderos agujeros negros que despintan el panorama tan complejo y rico presentes en la tradición de todos los pueblos en el que se aúnan la palabra y la música.

Si hay una composición tradicional que caracteriza a la literatura en habla hispana ésa es el romance. Los primeros testimonios de romances datan del siglo XIV y Menéndez Pidal los define como "poemas épicolíricos breves que se cantan al son de un instrumento, sea en las danzas corales, sea en reuniones tenidas para recreo simplemente o para el trabajo común.”

Sobre el origen de estas pequeñas canciones hay una serie profusa de teorías que aquí omitiremos. Lo cierto es que estas composiciones tienen una larga vida y una envidiable popularidad a través de los siglos, incluso llegan hasta el presente. Popularizados por juglares y trovadores, en las plazas y palacios, sirven de distracción y gusto tanto a los ricos hombres como a las lavanderas que las entonan a las orillas de los ríos.

Así hay testimonios de la popularidad del romance, por ejemplo en 1495 las damas de la Reina Católica y las infantas cantaban en la corte los romances de “Don Tristán”, “Rosa fresca” “El Conde Claros” y Fontefrida del que reproducimos un fragmento: “Fontefrida, Fontefrida, Fontefrida y con amor,/ do todas las avecicas van tomar consolación,/ si no es la tortolica que está viuda y con dolor. / Por ahí fuera pasar el traidor del ruiseñor,/ las palabras que él decía llenas son de traición...”

Esta popularidad hace que los romances tradicionales sean imitados por una serie de poetas cortesanos que trabajan amparados en dos modas vigentes entre los siglos XV y XVI: el gusto por recrear temas populares y la música polifónica.

Tanto en los tradicionales como en los cultos la música es inseparable y al ser la métrica la misma, se cantaban con frecuencia con la misma tonada tradicional, o bien los compositores creaban nuevas melodías. El instrumento por excelencia que acompañaba estas canciones era la vihuela.

La inmensa difusión entre el pueblo de estas canciones hizo que, pasado el tiempo, se imprimiesen en colecciones; sin embargo la música de los romances no se acostumbraba a imprimir en los romanceros, y hay que buscarla en colecciones como el “Cancionero de Palacio” o en los libros de vihuelistas o en otros tratados sobre música, como el de Francisco Salinas.

Al parecer en los romances más antiguos con frecuencia se musicalizaba la primera estrofa y con la misma melodía se cantaban todas las demás. Para evitar la monotonía se intercalaban entre verso y verso breves motivos instrumentales o variaban el acompañamiento.

Según algunos tratadistas del romancero, el estribillo estaba presente en muchas de estas composiciones y contribuía a darle ritmo y junto con la música permitía una más fácil memorización del texto. Esto uniría al romance español con un tipo más extendido de poesía tradicional, también destinada al canto; la balada, presente en casi todos los pueblos de Europa.

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