HAMBRE Y SIMULACIÓN


Hay una distancia. Un vacío entre lo que somos y lo que podemos ser, entre nuestra realidad y nuestras ambiciones, nuestros sueños. Hay múltiples maneras de llenar ese vacío: con ingentes esfuerzos para alcanzar lo deseado, con la pesadez neblinosa de la resignación que ve el horizonte como imposible.

Hay otra manera, asaz compleja, que hace que poseamos lo deseado y al mismo tiempo no lo tengamos. ¿Qué es esto que trastoca las leyes mismas de la lógica? Ni más ni menos que la apariencia, la simulación. Lo pretendido se revela demasiado lejano o bien imposible de lograr; se opta entonces por aparentar poseerlo ante los demás, nuestras ambiciones se hacen públicas en la simulación de haberlas alcanzado. Se busca denodadamente ser ese otro/a que fraguaron nuestras ilusiones.

La pregunta que uno se hace siempre es en qué medida el/la simulador/a cree su propia obra. Y tengo para mí, que en muchos casos termina por creerla aun a costa del ridículo. En nuestra vida cotidiana es posible que nos crucemos con este tipo de personajes que hablan por celular cuando no tienen crédito, que preguntan por productos que jamás podrán comprar, que se bajan del taxi frente a la mansión que está a una cuadra de su casa...y usted seguramente tiene más ejemplos para engrosar la lista.

Pasemos ahora sí, al universo que nos interesa, el literario. Si hay un indicador imposible de eludir que revela nuestras cimas y nuestros abismos en el mundo social es sin dudas la comida. Muchos de los personajes literarios son gente que se ha despeñado de andamios sociales elevados y no quiere reflejar ante los demás su caída. Su conducta, en algunos aspectos risible, se torna patética.

La novela picaresca nacida en el siglo XVI en España revela desde determinada óptica esta distancia entre la realidad y lo deseado, y al recorrer distintos estratos sociales singulariza personajes que están acuciados por determinadas obsesiones, particularmente la simulación y la comida.

Todos los pícaros tienen un fantasma constante tras de sí: el hambre. Todos buscan de alguna manera y sin reparar en los medios procurarse el alimento. Lázaro, el primer pícaro de la literatura española, revela su ingenio en la forma de conseguir el sustento. Esta es una de las líneas vertebradoras de “El lazarillo de Tormes”. Cuando más hambre pasa Lázaro es con el clérigo que es tan avaro que encierra el alimento en un arcón con llave y sólo tiene para su sustento una cebolla cada cuatro días. A punto de morir de hambre saca a relucir su ingenio para burlar el arcón y conseguir alimento.

También en esta novela está el hidalgo pobre que quiere aparentar que no lo es. Simula siempre que ha comido ya y que llenarse es malo para la salud; pero cada vez que Lázaro consigue comida la devora con desesperación. Son esa raza de hidalgos que Quevedo retrata en “La vida del buscón”: "...gente que comemos un puerro y representamos un capón”.
La comida, elemento esencial de nuestra vida, también es caracterizadora de los personajes que se desplazan por los senderos de la literatura.

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