SABORES QUIJOTESCOS II

El hombre que va por los caminos a la buena de dios ha de acostumbrarse a degustar los más variados platos que la ocasión le presente. De allí que esa novela de aventuras las más veces disparatadas y de contrarios desenlaces sea también un completo muestrario de la cocina urbana y rural, de cabreros y nobles de la geografía castellana.

La comida también—ya lo hemos dicho—es un elemento caracterizador de los personajes; en el dúo protagónico sirve para acentuar las diferencias entre ambos. Así don Quijote rara vez tiene apetito, las más veces se contenta con frutas secas y “sabrosas memorias”, ya que según ha leído, en ningún libro sobre los caballeros andantes, estos se hartan con comida, sino que lo más frecuente es el ayuno y la penitencia en honor de su amada. Por el contrario, Sancho Panza es muy amigo de platos abundantes y bien acompañados de vino.

Así cuando se encuentran con los cabreros en su primera salida juntos, Sancho se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban...”. Luego de ese plato los rústicos sirven un medio queso muy duro y “bellotas avellanadas (dulces)” lo que provoca un largo discurso libresco de Quijote mientras los demás comen y toman.

Seguir el curso del libro es encontrarse constantemente con momentos culinarios; no es propósito de esta columna hacer tamaño recorrido.

En la segunda parte rescatamos un momento central de la relación entre la novela y el alimento. El banquete de las bodas de Camacho. Es este banquete el único momento de opulencia gastronómica del Quijote, lo que causa un verdadero éxtasis en el siempre voraz Sancho. Así divisó ensartado “en un asador de un olmo entero, un entero novillo”, además en ese fuego había seis ollas gigantes que contenían “...carneros enteros, (...) las liebres ya sin pellejo y las gallinas sin plumas que estaban colgadas por los árboles para sepultarlas en las ollas no tenían número; los pájaros y caza de diversos géneros eran infinitos...”. Así Sancho no puede resistir y se llega a un cocinero y “con corteses y hambrientas razones le rogó le dejase mojar un mendrugo de pan en una de aquellas ollas”. De todo tomó Sancho en esas bodas y se llevó un pequeño caldero con gansos y gallina para menguar su hambre constante y tantos malos momentos en que el sustento escaseaba.

Ya en posesión de su isla, como gobernador, Sancho ve pasar todo tipo de manjares pero no come casi nunca, ya sea porque lo interrumpen o por el médico que no le deja probar los platos por sus efectos nocivos. Así divisa perdices y ternera asada y adobada, guiso de conejos, olla podrida (cocido de varias clases de carne, legumbres y verduras). Expulsado el médico se hace preparar un salpicón de vaca con cebolla y unas manos cocidas de ternera.

Si el Quijote es un libro en el que aparece la vida española de su tiempo, no podía faltar en sus páginas un rico muestrario de sus comidas.

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